Ni un mes ha pasado desde que el Celta se salvó
milagrosamente en la última jornada. Y yo ya lo veo jugando la Copa de la Uefa.
El fútbol no tiene memoria, dicen. Y yo soy un feliz amnésico idiota.
Ya están todas las heridas curadas. Olvidadas todas
las desilusiones. Soy un soñador y un optimista empedernido y aun por encima me
dan motivos. Chispa para la gasolina.
Y como no soñar. Si lo primero que se hace es echar
a un entrenador que no me convencía. No es que el que vino me convenciera
mucho, pero parece que ha tenido un efecto en los fichajes que ni podía
imaginarme. Más de la mitad aun no han llegado, lo sé, pero en mi imaginación
ya está el equipo hecho. Como no soñar con ese tridente de ataque que puede ser
Nolito, Charles y Rafinha. Como no soñar con ese Andreu Fontás lo-lo-lo
lo-lo-lo. Ese fútbol de salón (es que ya lo veo), futbol de salón, futbol de salón.
Y esa camiseta. Oh-Dios-Mío. Esa camiseta. Esas
camisetas mejor dicho. Adidas celeste. Esa equipación es de Champions League.
Sí es que claro que sí, no sólo hay que ser buenos, hay que parecerlo. Y este
año vamos a parecer los Alas de Júpiter. Este año me voy a comprar hasta las
bragas del Celta si las sacan. Coge mi dinero y corre.
Y así, entre quimeras, va pasando ese periodo sin
fútbol que es el verano. Para matar el gusanillo se puede ver esa pachanga que
los mejores futbolistas del mundo juegan en Brasil, pero, qué quieres que te
diga, la verdad es que no me interesa demasiado. La Copa de las Confederaciones
esta me parece la competición más descafeinada del mundo por mucho que el Marca
se empeñe en vendérmela. Es como el día del padre o el día del amor. Un invento
del Corte Inglés.
Con mi abono de socio renovado por vigésima vez yo
seguiré esperando a que empiece la temporada de verdad. La del sufrimiento
semana tras semana. La del batacazo inminente a la vuelta de cada esquina.
Un mes ya es más que suficiente. Yo ya estoy listo.
Dame más.