jueves, 29 de enero de 2015

Elecciones en Grecia



Resulta que hubo elecciones en Grecia y las ganó SYRIZA, que es una especie de Podemos, dicen, según interese o no la comparación. Y claro, ya se lió. Salvación o desgracia. “DesGrecia” titularon los de “La Razón” en una portada muy de “Marca”.

La verdad es que después de haber visto y oído bastante sobre el tema (al fin y al cabo he pasado bastante tiempo en Grecia en los últimos años y tengo amigos a los que esto les afectará) lo más razonable que he escuchado ha salido de la boca de una cincuentona de Atenas que venía de comprar el pescado y salió en las noticias el día antes de las elecciones diciendo que ella no creía en los milagros.

Y es que se trata de eso. Un milagro es lo que necesita Grecia para salir del pozo en el que está metida. Y eso no lo va a conseguir ni el Tsipras este, ni Samaras, ni Morgan Freeman de presidente con Los Vengadores de consejo de ministros.

Que no se preocupen los acreedores, porque Grecia no va a pagar la deuda. No porque lo diga el nuevo presidente, sino porque no puede. Y es lo saben hasta los vendedores de gyros. Y no creo que las amenazas de lo que pueda pasar funcionen. Eso es como decirle a un moribundo que no puede fumar. Así que o se llega un acuerdo en una especie de quita de parte de la deuda y se le mejora las condiciones de pago, o se les sigue asfixiando, se deja que se pudran y con ello parte de Europa. No sé.

De economía sé lo justo. No sé si haberle dado unos 200 billones a esos malakas fue la decisión más inteligente en su momento. No sé qué otras opciones habría. Tampoco sé mucho de política. No sé si ese partido era la mejor opción (o al menos la menos mala) o si sería mejor un partido que apostase por la estabilidad.

Lo que sí sé, es un par de cosas de la vida en general. Una, es que  no se puede esperar un resultado distinto si siempre haces lo mismo y de la misma manera. O si siempre votas a los mismos. Otra cosa que sé es que siempre hay opciones. Y si alguien (como un Presidente del gobierno) dice que toma una decisión porque es la única opción que tiene, miente. Además, elegir entre una única opción lo sabe hacer hasta un niño de cinco años. Eso no es gobernar.

Y por último, para los que intentaron (o intentan, según el lugar) convencer a al electorado de un país con más del 25 por cien de paro, sueldos miserables, pensiones ridículas y corrupción generalizada, con amenazas de fuga de inversores, caída de bolsas, primas de riesgo y el miedo al coco, un chiste:

Esto es un chaval que está en silla de ruedas. Es feo, cuerpo enclenque, tiene gafas de culo de vaso, caspa, granos y es tartamudo. Y en eso que un día va por la calle con su madre y ve a una tía que está como un tren. El chaval le grita: - “¡Tía bu-buena! ¡Si te-te cogiera te iba a po-poner mirando pa Cu-Cuenca!”- La madre, escandalizada, le recrimina: - “Hijo, por favor, no digas esas cosas o Dios te castigará”- A lo que el chaval le responde: - “Pues como no me despeine…”

Pues eso.

domingo, 25 de enero de 2015

Aventuras en la nieve (y II)



Después de desandar lo andado y tres kilómetros más, llegué al piso una hora y cuarto más tarde de lo esperado. Y llegué sudando bastante la verdad. Lo que me hizo preguntarme como hará Spiderman con el traje ese de licra todo el día por debajo de la ropa en verano en Nueva York, donde la temperatura media oscila entre los 20 y los 28 grados centígrados. No le debe llegar lo que gana en el periódico para pagar tanto desodorante.

Cuando salí de ver el piso había salido el sol. Recuerdo que hace mucho tiempo, en un capítulo de “Los Trotamúsicos” el gato decía que no le gustaba meterse debajo de un árbol cuando llovía porque así era como mojarse dos veces. No es que “Los Trotamúsicos” sean un referente de pensamiento filosófico (que le vas a pedir a una banda cuyo líder se llama Koki), pero siempre pensé que aquello era una estupidez enorme y sin ninguna lógica. Pero resulta que la afirmación de Burlón cobra sentido cuando en vez de lluvia se trata de nieve. Después de haber nevado, te mojas mucho más debajo de un árbol que fuera del abrigo de este.

Total, que visité el centro de Nijmegen y me gustó. Pero a las cuatro y algo de la tarde cogí el tren de vuelta. Llegué a Oss y cogí la bici para volver rápidamente al bungaló. No es que tuviera prisa, pero al anochecer iba a hacer un frío de la leche y no quería que me pillara fuera. Mientras pedaleaba iba viendo de reojo como el sol se iba escondiendo cual Will Smith en “Soy leyenda”. O cual muñeco del Minecraft.

Llegué cansado. Desde que llegué a Holanda compenso cinco días de no mover el culo con dos de actividad frenética. Mañana me lo tomaré de descanso.

Por cierto, ya tengo vuelo para ir a casa. En dos semanas ahí.

El siguiente tren será el que me lleve al aeropuerto de Eindhoven.

sábado, 24 de enero de 2015

Aventuras en la nieve (I)



El plan: Salir temprano en bici hasta la estación de Oss. Allí coger un tren hasta Nijmegen y caminar los tres kilómetros hasta el piso que estamos pensando en alquilar. El objetivo: Llegar a las once, hora a la que había quedado con la propietaria.

Primer problema. Me levanto y está nevando fuerte. Pienso en anular la cita, pero mientras me ducho y desayuno ya ha parado. Por si acaso, me pongo camiseta y pantalones térmicos. Son ceñiditos y todo negros. Me miro al espejo y me siento como a medio camino entre Ned Flanders en la nieve (“Es como si no llevara naadaaa”) o un X-Men bajo de forma.

No me gusta la nieve y no me encanta andar en bici, pero tiene su encanto cruzar el camino del bosque siendo el primero en dejar huellas en la nieve recién caída. El encanto se esfuma a los dos minutos, que es lo que tardo en tomar una curva un poco cerrada. La bici derrapa y provoco una colisión múltiple entre el sillín, mi pierna derecha y el huevo del mismo lado con desagradables consecuencias. Por el camino me quedo con las ganas de preguntarle a un vecino que tal funcionan sus placas solares con cinco centímetros de nieve encima.

Segundo problema. Resulta que Nijmegen tiene tres estaciones y yo cojo el tren que no para en la que me conviene. Tengo que bajarme en la estación central y coger otro que me lleve en dirección contraria. Ya voy a llegar tarde.

Tercer problema. Entre las prisas y el cambio de trenes, bajo a la estación algo desorientado. Le pregunto a una pareja por la dirección a la que tengo que ir. Dudan, pero después de mirar el móvil me indican una calle ancha. Compruebo que en mis notas para llegar al sitio también figura dicha calle. Pero cuando llevo quince minutos andando mi sentido arácnido se activa. No me extraña, al fin y al cabo llevo el traje del Spiderman negro de ropa interior. El caso es que estoy a punto de cruzar un río que no me suena. Al final decido activar internet en el móvil para ver dónde narices estoy.

Resulta que la parejita me indicó la calle correcta, pero en dirección contraria. Increíble que aún no sepa ningún insulto en holandés llevando aquí tres semanas, pero me cago en ellos en todos los demás idiomas que sé.

Continuará…

jueves, 22 de enero de 2015

Dusseldorf Boat show



Vente a Alemania Pepe. Y allí fuimos. El miércoles de mañana, tempranito. El plan era reunirnos en el salón náutico de Dusseldorf con cierta gente, hablar con el representante del armador de algunos temas y estudiar el mercado de los distintos “juguetes” acuáticos. No muy interesante, pero al menos una manera de romper nuestra rutina semanal.

Está claro que los jefes de máquinas suelen cuidar mucho sus coches. A veces incluso se pasan un poco y los tratan como a los barcos en los que trabajan y hasta conducen a la velocidad de crucero en la cual consumo y velocidad se optimizan. Esto sumado a que en Holanda las multas por exceso de velocidad son terribles hizo que mi compañero condujera todo el camino a 80-90 Km. por hora. Y eso que íbamos por autovía. Y eso que en Alemania no hay límite de velocidad. En fin.

El caso es que llegamos al sitio sin problemas. Tuvimos que aparcar donde Cristo perdió la alpargata, pero por suerte había lanzaderas que te llevaban hasta la entrada. Y menos mal, porque el recinto era tranquilamente como diez Ifevis de grande. Nada menos que 17 pabellones.

Después de las reuniones, fuimos a echar un vistazo para ver que nos ofrecía el salón. Un sinfín de barcos, artículos para barcos y servicios para barcos. Todo excesivamente caro para el bolsillo normal. Es lo que tiene el “para barcos”. Ya no te digo si las cosas son “para yates” o (aún peor) “para superyates”.

Entre medias, paramos a comer en un autoservicio dentro de uno de los pabellones. Una ensalada grandota pero sin nada especial y un toro de salmón con patatas. 37 eurazos. Menos mal que pagaba el barco. Eso, más nuestras entradas para el salón, la gasolina y el parking, hacen que dude muchísimo de la rentabilidad de nuestra asistencia al evento.

Claro que, quien puede permitirse pagar unos 50 kilos por un barco que usará un par de meses por año, bien puede pagarnos una comida ridículamente cara.



A las cuatro estábamos de vuelta.

El camino de regreso fue igual de lento.