No sé
cuantos meses en Barcelona y aun no he visto por dentro La Sagrada Familia.
Lamentable. No tengo excusa. Siempre me digo que la próxima vez pero nada. Ya
si eso cuando la terminen.
Eso no me ha
impedido leer un poco e interesarme por el tema. Aficionado como soy a hacer
churritos de arena mojada en la playa (Ahora que tengo un niño pequeño, sin
parecer un loco o un tarado mental), es un edificio que siempre me ha llamado
mucho la atención. Entre eso, que hace un par de meses me enteré de cómo había
muerto Gaudí y que me apetecía escribir algo pseudohistórico pues me dio el
punto. Un historia la mar de interesante por cierto.
Un día un
librero de Barcelona se despertó, echó un pis, se miró al espejo y se dijo:
Vamos a construir una iglesia de la leche. Pero claro, las iglesias son caras,
así que el tío fundó una asociación para recaudar pasta con donativos de la
gente. Al fin y al cabo él ya había tenido la idea, que la demás peña aportase
algo.
No le fue
mal al principio y reunió suficiente para comprar un terreno en lo que más
tarde sería El Ensanche. ¿Sabéis lo de “todo esto antes eran campos”? pues tal
cual. Animales pastando y poco más. 172 mil de las antiguas pesetas. Un chollo.
Así que le
encargan el proyecto a un arquitecto y este planifica la típica neogoticada con
una torre de cien metros de altura. Y ahí se ponen a construir. Pero resulta
que el librero y el arquitecto, de cuyos nombres no quiero acordarme, no se
llevan bien y el segundo se larga. Le ofrecen el proyecto a varias personas,
todas rechazan y al final la cosa cae en manos de Gaudí, que básicamente pasaba
por allí, tenía 31 años y había acabado la carrera anteayer.
Lo primero
que hace Gaudí es ver los planos y negar con la cabeza. Y dijo: “Esto no vale
para nada. No voy a tirar lo que ya está construido porque la pela es la pela y
yo no he puesto un duro, pero vamos a cambiar absolutamente todo”. Y a ello se
puso. Churritos de arena mojada a tope.
De lo
segundo que se da cuenta Gaudí es que la obra le va a llevar siglos. Y no digo como
cuando llegáis al trabajo un lunes y pensais “mierda, terminar esto me va a
llevar siglos”. El hablaba literalmente. Así que tuvo una gran idea: En vez de
construir los muros en plan una fila de ladrillos y luego otra en horizontal
pensó ¿Qué tal si primero tiramos para arriba una fachada entera y así se ve
algo acabado y podemos cobrarles a los turistas 15 pavos desde ya aunque el
resto siga en obras? Bang. Planazo. Feito a eito.
La
construcción no iba mal del todo, pero muchas cosas las decidía Gaudí sobre la
marcha. Se involucró tanto en el proyecto que los últimos meses de su vida los
pasó viviendo en el propio taller. Llegó un momento en el que dijo:”Ostras, me
hago mayor y no he puesto aun esto todo sobre planos. Como la palme a ver quien
termina esto”. Así que construyó un par de maquetas a escala para que sus
ayudantes viesen como quedaría todo y por donde iban a ir los tiros. Espero que
algo muy parecido haya hecho ya George R.R. Martin.
Así fue
cobrando forma la cosa. Muy despacio porque a veces había dinero y a veces no.
Gaudí hasta planeó una zona ajardinada alrededor de La Sagrada Familia. Algo
impresionante con forma de estrella de ocho puntas. Pero claro, los que
manejaban la pasta le redujeron las puntas a cuatro. Más tarde ni eso. Los
jardines no dan dinero pero la especulación inmobiliaria de la zona sí.
Gaudí murió,
como saben los que juegan al Trivial conmigo, después de ser atropellado por un
tranvía. Que ya hay que andar despistado. La velocidad punta de un tranvía de
la época era más o menos la del coche de Alonso de ahora. Además Gaudí de
aquella vestía como un mendigo así que la gente de la calle pasó de atenderlo y
varios taxis se negaron a llevarlo a un hospital.
Su obra se
continuó y se espera que se acabe en el 2026, coincidiendo con el centenario de
su muerte. Yo iré a visitarla la próxima vez que tenga tiempo.
En realidad,
dudo bastante de las dos cosas.