viernes, 23 de noviembre de 2018

El sueño de un niño


A lo largo de los años, mi trabajo me ha dado la oportunidad de experimentar un millón de cosas por las que siempre me he sentido un privilegiado. He estado en lugares; he visto, probado y hecho cosas que sé que no hubiese vivido de otra manera. Es el lado bueno de rozar un mundo que no es el de la gente más o menos normal como nosotros.

De todas estas experiencias, la de ayer entra por derecho propio y directamente en el Top 3. Y esto no ha pasado en un lugar exótico. No hay una historia rocambolesca detrás. No hay manjares ni fortunas de por medio. Tiene más que ver con esa felicidad infantil de ese niño que algunos  llevamos no tan adentro.

Y es que ayer, a eso de las once de la mañana, me fui al Media Markt  con la tarjeta de crédito del barco, seiscientos cincuenta euros de presupuesto y una misión: Comprar una Play Station 4 con juegos y accesorios. La semana del Black Friday. Lo dicho, el sueño de un niño.

Recuerdo que un día, de adolescentes, llevábamos unas cuantas horas más de lo recomendable jugando al eterno Pro Evolution cuando mi primo dijo: “Nos imagino en unos diez años, con veintimuchos, aun jugando a la consola como unos viciados”. Han pasado veinte de aquello. Y aunque ya no jugamos como lo hacíamos, aquí seguimos.

Total, que llegué al barco como un puñetero héroe. Como los Reyes Magos.

Oro, PlayStation y Fifa.

lunes, 19 de noviembre de 2018

El mensaje casual


Un día después de amarrar en Valencia recibí un mensaje de WhatsApp de un número que no tenía en mis contactos.  Veo en la foto pequeñita de perfil a una señora con dos niñas que no conozco. El mensaje es un enlace publicitario de champú L´Oreal.

Un par de días más tarde, no sé muy bien por qué, abro dicho mensaje con intenciones de borrarlo o bloquear a la señora publicista. Ya sólo falta que hasta metan publicidad en el WhatsApp (Tiemo al tiempo), además yo el champú lo gasto a cuentagotas y soy más de HS.

Y en esto que me fijo de nuevo en la señora y pienso: No puede ser. Me cago en la leche, Merche. ¡Es Paqui! La cocinera. Paqui la que se fumaba tres cajetas al día y una de mentolados de postre. La del arroz al horno y la fideuá que te mueres. Paqui la de “A mi Rita que no me la toquen”. Paqui la que fue mi compañera de trabajo y madre a ratos. Paqui la de Valencia.

¿Qué probabilidades hay de que una persona con la que he no he tenido ningún tipo de contacto en once años me mande un mensaje justo el día después de que llegue a la ciudad donde trabajé con ella? ¿Casualidad? No lo creo ¿Brujería? Probablemente ¿Nos espían las grandes empresas de telecomunicaciones? Dalo por hecho.

Total que al final contacté con mi ex compañera y quedaremos para tomar un café la próxima vez que se acerque por la zona.

Porque uno no cree en señales cósmicas, alineaciones de estrellas y  destinos escritos. Pero tampoco es plan de llevarle la contraria al Universo así por las buenas.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Valencia

Parece que no pasó, porque de aquella apenas había Facebook y fue cuando las cámaras digitales empezaron a ser accesibles y la gente dejó de imprimir fotos. Pero nuestra primera aventura fuera de casa fue en Valencia hace más de diez años.

De aquella me quejaba de su olor y de que no le llegaba a Vigo ni a la suela de los zapatos. Esto sigue siendo verdad, pero, ahora que he vuelto, estoy redescubriendo una ciudad a la que ni yo mismo sabía que le guardaba tanto cariño y tanta nostalgia.

Aquí llegamos siendo unos niños y descubrimos como era la vida de adultos. Papá y mamá estaban a mil kilómetros. Un trabajo de verdad cada uno, pagar un alquiler y facturas, nuestro primer coche… Y en todos esos plurales estuvo la clave de todo. Ella dijo “me voy contigo”  y vaya si se fue. Luego vendrían otros sitios, pero fue en Valencia cuando ya no me imaginé ninguna otra aventura sin ella.

Vivimos en un colchón en el suelo que estaba en un tercero sin ascensor. Irónico entrenamiento para lo que nos esperaría más adelante. Viajamos en coche a mil sitios atiborrándonos de Pelotazos. Casi nunca cocinábamos y nunca en mi vida comimos tanto fuera de casa. Fuimos ricos. Y muy felices.

Ahora nos preparamos para volver de otra manera. Navidades con niños en Valencia.


¿Cómo se iba a imaginar aquella pareja que lo mejor estaba por llegar?