No creo en
el karma. Ni en la justicia o el equilibrio universal. No creo que a las
personas buenas les pasen cosas buenas así por que sí. Eso es ridículo. No creo
que Dios exista. Y si existiese, no creo que le importemos una mierda.
El camino a
la felicidad es simplísimo: Consiste en no estar triste. A veces es fácil y a
veces no. A veces nos liamos. A veces pensamos que estamos tristes pero sólo es
hambre. O sueño.
Estar
contento también se entrena. Se fuerza si hace falta. Es una actitud hacia las
cosas. Y cuando se empieza simplemente a atisbar un poquito de felicidad es
increíble cómo se propaga. La risa es más contagiosa que un bostezo, traspasa
fronteras como una pandemia zombi.
Dije el otro
día que no era Navidad, y lo mantengo. No estoy dónde me gustaría estar. No
estoy con quien me gustaría estar. Pero, ¿sabéis qué? Que le den. Eso llegará.
Y pronto. Navidades 2.0 a mediados de
Enero. Como si son en Marzo. Mientras, sólo queda aceptar la situación actual.
Y ya que estamos, exprimirla y disfrutarla.
Así que hoy
he intentado enseñarles a los marineros un par de villancicos en español
mientras baldeábamos hasta tarde. Fracaso estrepitoso que sirvió para darme
cuenta de que no me sé ni un villancico entero. Pero por su esfuerzo e interés
les regalé un par de manguerazos a ritmo de “Ho, Ho, Ho!” Todos trabajamos
mejor.
Quizás no es
el sitio dónde me gustaría estar, pero voy a pasar estas fechas en pantalones
cortos. Todo un sueño cumplido. He cruzado el Atlántico y me he comido los
humos de un Boing 747 al despegar a escasos metros. No está mal.
Quizás no
esté con la gente que me gustaría, pero estoy con un grupo fantástico de gente.
He aprendido a decir “tortuga gorda” en ocho idiomas. A decir “buenos días” e
insultar en checo y polaco. Estoy con una gente que se ofrecieron a todo y a
más cuando el dolor (físico y del otro) se cruzó en mi camino. No olvido
fácilmente.
Y en esto
estaba yo, cambiando un poco mucho de actitud para dejar entrar un poco de
espíritu navideño y disfrutar de lo de aquí, cuando me llega un mensaje de
allá. Un vídeo.
Es como el
pase de Krohn a Aspas con el exterior, pero desde cuatro mil kilómetros de
distancia. Y sale mi mujer. Guapísima. Y mucha gente. Feísima. Y un conejo. Y
suena “All I want for Christmas”. Y todo sale borroso porque se me empañan los
ojos y no es hasta la tercera vez que lo veo que reconozco a todo el mundo. Y
los quiero a todos porque están como cabras. Pero a la que más, a la guapa.
Mañana
tenemos cena de tripulación y hasta hoy por la mañana no me apetecía demasiado.
Pero eso ha cambiado. Pienso comer hasta reventar y disfrutar de la noche.
Por mí, por
los de aquí y sobre todo por los de allá.
Porque no
será Navidad, pero gracias a todos…
Casi.