No sé qué le
pasa a nuestro barco y sobre todo a nuestra tripulación con el Caribe, pero no
nos llevamos bien. Mala suerte, falta de aclimatación, karma, una especie de
maldición, el árbitro… Es como lo del Celta en San Mamés, hagamos lo que hagamos
siempre salimos apaleados.
Este domingo
fuimos a hacer senderismo. El plan era llegar a la cima del Pitón Grande. Ya de
entrada nos sorprendió que al pagar por la entrada nos hicieran firmar un papel
eximiendo al Parque Nacional de cualquier responsabilidad de lesión. Lo
comprendimos al poco de empezar la caminata. Cuando tienes que usar las manos
además de los pies para llegar a un sitio creo que deja de llamarse senderismo
y se convierte en escalada. Pero bueno, no soy un especialista. Aun así valió
la pena. El sitio es espectacular.
Cuando ya
estábamos bajando una compañera resbaló y rodó terraplén selvático abajo unos
seis u ocho metros. A lo Bear Grylls pero sin xeito ningún. Por suerte, sólo
arañazos en todo el cuerpo y nada más que el orgullo dañado. El que peor se lo
tomó fue nuestro guía Kevin. Primera vez en mi vida que veo a un tío negro
palidecer.
Por otra
parte, uno de nuestros marineros, (el que fue atacado por la loca de las
tijeras no, el otro) fue la semana pasada al médico para verse un tema de lo
que parecía ser hongos en un pie.
Pero lo
dicho, este sitio nos la tiene jurada. Resulta que lo que en realidad tiene el
tripulante es ¡Un puñetero gusano! Un parásito que se dedica a hacer pequeños
túneles que dejan una línea rojiza en la piel. Me pasa a mí eso y me amputo el
pie pero a la altura del fémur.
Así que
bueno, llevamos un incendio, un robo a mano armada, una caída de unos cuantos metros
y un parásito intercutáneo. Mejor no sumarle mi brecha en la frente del año
pasado.
¿Qué será lo
siguiente?