El otro día
escribí algo sobre la afición de mi hijo en la playa a coger cangrejos y
alguien me comentó que “que culpa tendrán los cangrejos”. Poco después otro
alguien me preguntó si me había molestado el comentario.
Vaya por
delante que ni lo más mínimo. Por venir de una persona a la que aprecio que aun
por encima se ha tomado la molestia de leer lo que escribo. Y porque es un
comentario justo. Seguramente se puedan encontrar muchos argumentos para
defender el que un niño deje en paz a los cangrejos. Sobre todo si eres un
cangrejo. Animales, por otro lado, que junto a las tortugas, cuento siempre
entre mis favoritos. Hasta el punto de que durante mucho tiempo consideré que
ese sería mi primer tatuaje.
Pero como me
he propuesto escribir un poco más y como, aunque a la gente le sonará a broma,
me parece un tema importante, voy a intentar explicar por qué no sólo seguiré
permitiendo que mi hijo coja cangrejos, si no que hasta lo seguiré animando e
involucrándome en la medida de lo posible.
De los
cangrejos en sí. Cogiendo cangrejos aprendes de cangrejos. Gael sabe que hay
distintos tipos, los negros (Queimacasas) viven en las rocas más secas, los
“normales” viven casi todo el tiempo en el agua. Sabe diferenciar una nécora.
Sabe que sobreviven dentro y fuera del agua. Que mudan de piel. Que hay machos
y hembras y como diferenciarlos. Sabe que los ermitaños son distintos. Que la
concha que usan no es suya. Que la pueden cambiar cuando quieren pero no puedes
forzarlos porque les haría daño. Sabe dónde tiene más posibilidades de
encontrarlos. Cómo cogerlos. Sabe cuales puede coger de cualquier manera y con
cuales tener cuidado. Algunas cosas las sabe por el pesado de su padre, pero
casi todas son fruto de la experiencia. Me sería imposible que aprendiese todo
esto con la mera observación. Es el fin, meter el cangrejo en el cubo, la
motivación para adquirir los conocimientos.
De los demás
animales. Además de cangrejos, a veces coge peces y camarones (caramones les
llama a veces. Yo también decía camarujos). Ya hace tiempo que conoce anémonas,
caramujos, lapas, estrellas de mar, mejillones, etc…)
Del entorno.
Pregunta por el estado de la marea. Si está alta o baja y si está bajando o
subiendo. Sabe que si hay viento es más difícil ver lo que se quiere coger
porque la superficie del agua no es tan nítida. Sabe que toda la basura que a
veces ve a su alrededor la ha tirado la gente. Sabe que al final del día hay
que devolver los animales al mar, no porque tenga conciencia ecológica, si no
porque sabe que si los dejamos en el
cubo se morirán y si se mueren mañana no estarán y no podrá volver a coger
cangrejos. De esta manera tan práctica y egoísta, la idea de que los recursos
del mar no son ilimitados empieza, espero, a calar en su cabecita de cinco
años.
¿Y de que
sirve saber sobre cuatro bichos de las rocas? De nada y de todo. Nos ha tocado
nacer en una ciudad costera gallega. Lo de “abrir Vigo a el mar” hace ya tiempo
que suena a chiste en una ciudad que vive de espaldas completamente al medio
que durante años la sostuvo. Si no conocemos lo que tenemos delante de las
narices ¿A quién le va importar si lo perdemos? Creo que Rodríguez de la Fuente
dijo algo al respecto, y hasta él en la cabecera de sus documentales aparecía
“abrazando” una anaconda.
De la
actividad en sí. Para coger cangrejos hay que mojarse el culo y estar dispuesto
a llevarse un pellizco en los dedos. No se me ocurre mejor enseñanza para la
vida.
Pero es que
además, en este caso en particular, las cosas van más allá. Cuando los trámites
de ropa fuera, crema y gorra están concluidos, se produce una transformación
fascinante. Un niño, por desgracia, con ciertos problemas de autoestima, se convierte
en un depredador paciente, implacable e infalible. Realiza una actividad que se
le da sorprendentemente bien y en la que por pura insistencia siempre tiene
éxito. Los otros niños de la playa normalmente se dan cuenta. El depredador
pasa a ser profesor unas veces, enseñando a niños incluso mayores que él sus
técnicas. Otras veces es un Robin Hood un poco rácano, regalando los animales
más pequeños a otros niños con cubos vacíos. Todas las veces, por unas horas,
es el Príncipe de Las Mareas.
Seguramente
todo lo anterior (me quedó más largo de lo esperado) no sea más que un intento
de justificar una actividad de mi infancia que me gusta compartir con mi hijo.
Pero a lo
mejor tengo algo de razón.
En ese caso
todo lo que conseguimos bien vale un par de cangrejos estresados.