20 horas
después de salir de Barcelona llegamos a nuestro primer destino del verano:
Bajaia, Argelia.
Aun no había
subido el práctico a bordo y ya nos estaban pidiendo camisetas. Y es que así
funcionan las cosas en estos países. Todas y cada una de las personas representantes
de las distintas autoridades locales (inmigración, aduanas, guardia costera,
etc..) que subieron al barco se fueron con su bolsa llena de whisky, chocolate,
camiseta y el típico cartón de Malboro. Ya lo dijo Stephen King en un relato
corto. En todos los países del mundo que no te gustaría visitar, se fuma
Malboro Red.
Sobornos,
perdón, regalos aparte, solucionamos todos los trámites bastante bien y
relativamente rápido. Una de las razones por las que elegimos este puerto y un cualquier
otro del país fue porque el consignatario de allí estaba muy bien recomendado.
Además de ser eficiente, resultó ser un tío bastante simpático.
Además de
contarnos alguna historieta (no sé cuánto de fiable) sobre la infancia de
Zidane, que nació allí al lado y de cómo Argelia se pegó un tiro en el pie
renunciando al turismo mientras países vecinos cómo Marruecos o Túnez apostaban
por él a pesar de tener los mismos problemas, me contó una historia que explica
la gran diferencia entre Europa y el norte de África.
Resulta que
el presidente de Francia un día invitó al de Argelia a su país. Después de
varias reuniones al final del día lo invitó a su lujosa casa en París. El
presidente de Argelia quedó impresionado con la gran casa de su anfitrión y le
preguntó cómo la había conseguido. El francés lo llevó hasta la terraza y le
dijo: ¿Ves ese edificio de allí? El más alto. Tiene 80 plantas. El presupuesto
era para construir 100, pero ya sabes, una llamada aquí, un sobornillo allá y
algún dinero acabó en mi bolsillo. Haciendo eso durante unos años y voilá pude
construir esta casa.
El
presidente argelino volvió a su país pensativo. A los seis meses decidió
invitar a su colega francés. Al final del día, lo llevó a su nuevo palacio. El
presidente francés se quedó anonadado. ¿Cómo has construido semejante palacio
en menos de un año? El presidente de Argelia lo llevó, orgulloso, a su gran
terraza. ¿Ves el edificio ese grande de ahí? ¿El más alto? El presidente
francés respondió: Yo ahí sólo veo desierto. Exacto, dijo su colega. Proyecto
aprobado, nada de edificio y todo el dinero para este palacio.
Las
reflexiones de nuestro consignatario fueron demoledoras: “Todas las personas
que tiene la llave de la caja mucho tiempo acaba robando. En todo el mundo.
Vuestros políticos cogen algo y dan el resto al pueblo. Aquí es al revés. ¿Por
qué va a trabajar duro la gente si sabe que su esfuerzo sólo vale para hacer más
ricos a unos pocos? Así que aquí todo el mundo trabaja sólo una décima parte de
lo que en realidad podría, porque sólo recibimos una décima parte de lo que
deberíamos”. Luego se encogió de hombros, sonrió y siguió haciendo su trabajo.
Todos nos
alegramos de estar allí sólo unas horas.