viernes, 7 de julio de 2017

Bejaia, Argelia



20 horas después de salir de Barcelona llegamos a nuestro primer destino del verano: Bajaia, Argelia.

Aun no había subido el práctico a bordo y ya nos estaban pidiendo camisetas. Y es que así funcionan las cosas en estos países. Todas y cada una de las personas representantes de las distintas autoridades locales (inmigración, aduanas, guardia costera, etc..) que subieron al barco se fueron con su bolsa llena de whisky, chocolate, camiseta y el típico cartón de Malboro. Ya lo dijo Stephen King en un relato corto. En todos los países del mundo que no te gustaría visitar, se fuma Malboro Red.

Sobornos, perdón, regalos aparte, solucionamos todos los trámites bastante bien y relativamente rápido. Una de las razones por las que elegimos este puerto y un cualquier otro del país fue porque el consignatario de allí estaba muy bien recomendado. Además de ser eficiente, resultó ser un tío bastante simpático.

Además de contarnos alguna historieta (no sé cuánto de fiable) sobre la infancia de Zidane, que nació allí al lado y de cómo Argelia se pegó un tiro en el pie renunciando al turismo mientras países vecinos cómo Marruecos o Túnez apostaban por él a pesar de tener los mismos problemas, me contó una historia que explica la gran diferencia entre Europa y el norte de África.

Resulta que el presidente de Francia un día invitó al de Argelia a su país. Después de varias reuniones al final del día lo invitó a su lujosa casa en París. El presidente de Argelia quedó impresionado con la gran casa de su anfitrión y le preguntó cómo la había conseguido. El francés lo llevó hasta la terraza y le dijo: ¿Ves ese edificio de allí? El más alto. Tiene 80 plantas. El presupuesto era para construir 100, pero ya sabes, una llamada aquí, un sobornillo allá y algún dinero acabó en mi bolsillo. Haciendo eso durante unos años y voilá pude construir esta casa.

El presidente argelino volvió a su país pensativo. A los seis meses decidió invitar a su colega francés. Al final del día, lo llevó a su nuevo palacio. El presidente francés se quedó anonadado. ¿Cómo has construido semejante palacio en menos de un año? El presidente de Argelia lo llevó, orgulloso, a su gran terraza. ¿Ves el edificio ese grande de ahí? ¿El más alto? El presidente francés respondió: Yo ahí sólo veo desierto. Exacto, dijo su colega. Proyecto aprobado, nada de edificio y todo el dinero para este palacio.

Las reflexiones de nuestro consignatario fueron demoledoras: “Todas las personas que tiene la llave de la caja mucho tiempo acaba robando. En todo el mundo. Vuestros políticos cogen algo y dan el resto al pueblo. Aquí es al revés. ¿Por qué va a trabajar duro la gente si sabe que su esfuerzo sólo vale para hacer más ricos a unos pocos? Así que aquí todo el mundo trabaja sólo una décima parte de lo que en realidad podría, porque sólo recibimos una décima parte de lo que deberíamos”. Luego se encogió de hombros, sonrió y siguió haciendo su trabajo.

Todos nos alegramos de estar allí sólo unas horas.