viernes, 28 de diciembre de 2018

Personajes (I) Francisco Antonio Mourelle de la Rúa (Segunda parte)


Seguimos con Mourelle. En aquellos tiempos España estaba en guerra con todo dios. Al bueno de Antonio lo destinaron al mando de las lanchas cañoneras de Algeciras. Allí les da caña a los ingleses en varias escaramuzas y poco más tarde participa en la batalla de San Vicente. Allí fueron los ingleses los que nos dieron “pal” pelo, pero Mourelle no sólo sobrevivió, si no que tuvo un papel destacado en el combate rescatando al buque insignia “Santísima Trinidad”.

En los siguientes años acumuló victorias y ascensos, apresando y hundiendo muchas naves inglesas. La más destacada, un 19 de enero de 1799 en el que atacó un fuerte convoy enemigo amparado por un navío de setenta cañones, un bergantín de dieciocho y tres lanchas cañoneras. Mourelle iba al mando de catorce lanchas, un místico y dos cojones bien grandes. Hundieron una cañonera inglesa y apresaron otra, además de una fragata y dos bergantines. Hicieron ciento veinte prisioneros y mandaron otros tantos guiris a dormir con los fishes.

Esta hazaña le valió el ascenso, a sus cincuenta tacos, a capitán de fragata. Y si no se lo dieron antes fue porque de aquella también había mucho enchufado.

En una carta, su colega y superior Bruno de Heceta dijo de él: “Asistió a mas de cuarenta combates contra las fuerzas anglicanas, entre los que se cuentan catorce de la mayor nota, esto es, batiendo con diez o doce cañones fuerzas que nos atacaban con quinientos, no en guerra galana, sino siempre a tiro corto de metralla y algunas veces de fusil o de pistola y aun abordando de día las murallas de Gibraltar…” Y después dice, y esto juro que no me lo invento: “Los méritos de Mourelle son superabundantes”. O sea, tía, de verdad, en plan “superabundantes” a finales del siglo dieciocho. Super fuerte.

Un par de años mas tarde lo destinan a los apostaderos de Algeciras y luego de Málaga, con lo que se ahorró la vergüenza de la Batalla de Trafalgar. Como eran tiempos revueltos también luchó contra los franceses en la Guerra de la Independencia y no llegó a completar su última misión al mando de un gran ejército que se suponía que tenia que sofocar las revueltas en las colonias americanas porque justo pasó lo del levantamiento de Riego.

Moriría ese mismo año a la edad de setenta rompiendo todas las estadísticas de la época. Increíble habiendo vivido todo lo que vivió. Sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de Cádiz.

Casi nadie el tío Mou.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Personajes (I) Francisco Antonio Mourelle de la Rúa (Primera parte)


Pues con esta persona comenzó mi reciente interés por investigar un poco sobre gente curiosa. Le doy todo el mérito al programa “Coma un allo” de la gallega. Es la mayor aportación cultural de la TVG a mi vida personal desde el Xabarín Club.

Pues este gallego nació en Corme en 1750. Ignoro si sus amigos le llamaban Fran, Paco, Toni o Mou. Hijo de una familia de pescadores, no pudo estudiar en Cádiz para guardiamarina y tuvo que contentarse con ir a la Academia de Pilotos de Ferrol, dónde se sacó el título a curso por año. Con 22 años le dijo  adiós  a la familia y cruzó el Atlántico dirección Isla de Trinidad.

Un par de años más tarde se enrola como segundo piloto en una expedición que sale desde la costa pacífica de México con el objetivo de llegar hasta el paralelo 65 Norte, Alaska, y por el camino, de paso, adelantarse a rusos y británicos creando asentamientos, cartografiando, comerciando o aniquilando indios y esas cosas de la época. Entre el escorbuto y que los indios a veces no se dejaban matar, no llegaron tan arriba pero casi.

En esa primera aventura Mourelle no sólo destacó como piloto navegando por sitios inexplorados, sino que por el camino, aparte de cartografiar, se dedicó a registrar con gran precisión un montón de datos sobre las tribus que se fueron encontrando así como de sus costumbres. Una pena que toda esta información, incluida la de una segunda expedición en la que llegaron aún más al norte, acabó (no se sabe bien cómo) en manos de los ingleses. Sería otro Capitán,  un tal James Cook, el que se llevaría la fama mundial.

En 1780 a Mourelle (ya como segundo al mando de la “Princesa”) se le encarga a ir a Manila, a hacer un recado. Cruza el Pacífico como si nada y al poco de llegar le dicen que era bromita, que mejor se vuelva para México. Él y su capitán se miraron y dijeron: “Mira, no es por no ir, pero es Noviembre y como no pongamos a los marineros a soplar a las velas, no llegamos ni cuando Trump sea Presidente”.

Pero como eran unos mandados y unos marinos cojonudos, allá fueron. Sólo que tiraron por dónde soplaba algo de brisa, que era mucho más al sur que las rutas normales. Allí llegaron a islas dónde ningún europeo había estado antes, como las Vavau en Tonga o parte de las Islas Salomón.

Nos da una idea de que el viaje no fue precisamente “Vacaciones en el mar” los nombres que le pusieron a los sitios descubiertos: “Isla de la Amargura”, “Consolación” o “Puerto Refugio” que aun se llama así. Otra vez Mourelle se curró un diario detalladísimo que le valió un ascenso.

Después de más de veinte años navegando por todo el globo, vuelve a A Coruña. Allí apenas le da tiempo a comerse una tapa de pulpo y saludar a los vecinos cuando empieza su carrera como marino militar.

Eso, otro día.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

La derrota contra la nevera y otras historias


Hoy me hubiese gustado escribir la épica historia de cómo armado con un set de destornilladores, un termómetro láser y me increíble ingenio arreglé un nevera luchando contra la adversidad, pero la realidad es que ganaron la nevera y la adversidad.

Como nota positiva diré que he aprendido un montón sobre neveras en los últimos días. Y es que vivimos en una época maravillosa. Antes la única manera de aprender sobre este tema era ir a la Universidad de Neveras como el hermano de Phoebe. Ahora tenemos Internet.

Lo vaticinó Isaac Asimov en los ochenta antes de que Internet estuviera al alcance de todo el mundo (El video está en Youtube y no tiene desperdicio). El conocimiento universal a unos clics de distancia. La posibilidad de aprender sobre absolutamente cualquier tema desde tu casa. La realidad de la red no es exactamente como él se la imaginó. En el video, el entrevistador duda de que en el futuro todo el mundo pueda tener un ordenador en casa. Nadie se imaginaba que tendríamos uno en el bolsillo. Por otro lado, el uso que se le da mayoritariamente no es el que Asimov pensó y sólo los padres más inocentes contratarían ADSL para que el niño estudie. Internet se parece bastante al mar: se puede navegar, hay piratas, está llena de mierda pero tiene islas preciosas.

¿Y a qué viene semejante rallada sobre Internet y neveras? Ahora voy. En el último mes, por varios motivos, he estado leyendo mucho en Internet sobre bastantes cosas. Mayoritariamente, sobre gente. Personajes (casi todos españoles y gallegos) que hicieron cosas fuera de lo común, algunas con relevancia histórica, pero que los libros de historia mencionan de pasada o simplemente ignoran, con lo que son perfectos desconocidos para nosotros.

Y como soy un pesado al que le gusta contar historias y el Scattergoris, digo el blog es mío pues voy a contar aquí alguna de esas historias cuando el tiempo y las ganas me lo permitan.

Avisados quedáis.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Cambio de respuesta


El otro día, un compañero, no el más espabilado de todos, me hizo una pregunta que me dio que pensar: ¿Hay mucha diferencia entre Valencia y Vigo? ¿La gente, la ciudad?

“No” respondí rápidamente. “Más o menos es lo mismo”. La reflexión vino luego, porque si me hubieran hecho esa misma pregunta hace once años hubiese respondido de una manera muy distinta.

¿Qué ha cambiado en este tiempo? Pues hay cosas objetivas, ya que once años no son pocos, que a mi parecer han acercado las dos ciudades. Mercadona ha multiplicado por 6 sus tiendas en Vigo mientras que Estrella Galicia ha duplicado su gasto publicitario para extenderse por toda España. Parece una chorrada, pero son dos cosas que antes asociaba exclusivamente a estas ciudades, o a sus respectivas comunidades al menos.

Pero está claro que lo que más ha cambiado he sido yo. No es lo mismo tener veinte pocos e irte de casa por primera vez que tener treinta y tantos (el tiempo vuela) y tener unas cuentas miles de millas a la espalda.

Después de haber vivido en Chipre, Holanda o Grecia, Valencia esta aquí al lado. Valencia es Porriño. Mil kilómetros é una carreiriña dun can. ¿Y la gente? Dicen “agua natural” en vez de “del tiempo”, les gustan los toros y beben horchata. Extraterrestres. Están locos estos valencianos. Polacos, Sudafricanos, Filipinos… gente que no sabe que es un churro, Los Reyes Magos o Iago Aspas. Ni siquiera estos me parecen muy distintos ya.

Distinta o no, no es mal sitio para pasar unas Navidades, que ya espero con impaciencia.

Cuenta atrás.

viernes, 23 de noviembre de 2018

El sueño de un niño


A lo largo de los años, mi trabajo me ha dado la oportunidad de experimentar un millón de cosas por las que siempre me he sentido un privilegiado. He estado en lugares; he visto, probado y hecho cosas que sé que no hubiese vivido de otra manera. Es el lado bueno de rozar un mundo que no es el de la gente más o menos normal como nosotros.

De todas estas experiencias, la de ayer entra por derecho propio y directamente en el Top 3. Y esto no ha pasado en un lugar exótico. No hay una historia rocambolesca detrás. No hay manjares ni fortunas de por medio. Tiene más que ver con esa felicidad infantil de ese niño que algunos  llevamos no tan adentro.

Y es que ayer, a eso de las once de la mañana, me fui al Media Markt  con la tarjeta de crédito del barco, seiscientos cincuenta euros de presupuesto y una misión: Comprar una Play Station 4 con juegos y accesorios. La semana del Black Friday. Lo dicho, el sueño de un niño.

Recuerdo que un día, de adolescentes, llevábamos unas cuantas horas más de lo recomendable jugando al eterno Pro Evolution cuando mi primo dijo: “Nos imagino en unos diez años, con veintimuchos, aun jugando a la consola como unos viciados”. Han pasado veinte de aquello. Y aunque ya no jugamos como lo hacíamos, aquí seguimos.

Total, que llegué al barco como un puñetero héroe. Como los Reyes Magos.

Oro, PlayStation y Fifa.

lunes, 19 de noviembre de 2018

El mensaje casual


Un día después de amarrar en Valencia recibí un mensaje de WhatsApp de un número que no tenía en mis contactos.  Veo en la foto pequeñita de perfil a una señora con dos niñas que no conozco. El mensaje es un enlace publicitario de champú L´Oreal.

Un par de días más tarde, no sé muy bien por qué, abro dicho mensaje con intenciones de borrarlo o bloquear a la señora publicista. Ya sólo falta que hasta metan publicidad en el WhatsApp (Tiemo al tiempo), además yo el champú lo gasto a cuentagotas y soy más de HS.

Y en esto que me fijo de nuevo en la señora y pienso: No puede ser. Me cago en la leche, Merche. ¡Es Paqui! La cocinera. Paqui la que se fumaba tres cajetas al día y una de mentolados de postre. La del arroz al horno y la fideuá que te mueres. Paqui la de “A mi Rita que no me la toquen”. Paqui la que fue mi compañera de trabajo y madre a ratos. Paqui la de Valencia.

¿Qué probabilidades hay de que una persona con la que he no he tenido ningún tipo de contacto en once años me mande un mensaje justo el día después de que llegue a la ciudad donde trabajé con ella? ¿Casualidad? No lo creo ¿Brujería? Probablemente ¿Nos espían las grandes empresas de telecomunicaciones? Dalo por hecho.

Total que al final contacté con mi ex compañera y quedaremos para tomar un café la próxima vez que se acerque por la zona.

Porque uno no cree en señales cósmicas, alineaciones de estrellas y  destinos escritos. Pero tampoco es plan de llevarle la contraria al Universo así por las buenas.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Valencia

Parece que no pasó, porque de aquella apenas había Facebook y fue cuando las cámaras digitales empezaron a ser accesibles y la gente dejó de imprimir fotos. Pero nuestra primera aventura fuera de casa fue en Valencia hace más de diez años.

De aquella me quejaba de su olor y de que no le llegaba a Vigo ni a la suela de los zapatos. Esto sigue siendo verdad, pero, ahora que he vuelto, estoy redescubriendo una ciudad a la que ni yo mismo sabía que le guardaba tanto cariño y tanta nostalgia.

Aquí llegamos siendo unos niños y descubrimos como era la vida de adultos. Papá y mamá estaban a mil kilómetros. Un trabajo de verdad cada uno, pagar un alquiler y facturas, nuestro primer coche… Y en todos esos plurales estuvo la clave de todo. Ella dijo “me voy contigo”  y vaya si se fue. Luego vendrían otros sitios, pero fue en Valencia cuando ya no me imaginé ninguna otra aventura sin ella.

Vivimos en un colchón en el suelo que estaba en un tercero sin ascensor. Irónico entrenamiento para lo que nos esperaría más adelante. Viajamos en coche a mil sitios atiborrándonos de Pelotazos. Casi nunca cocinábamos y nunca en mi vida comimos tanto fuera de casa. Fuimos ricos. Y muy felices.

Ahora nos preparamos para volver de otra manera. Navidades con niños en Valencia.


¿Cómo se iba a imaginar aquella pareja que lo mejor estaba por llegar?

lunes, 14 de mayo de 2018

El Tsunami de Tafjord


El penúltimo día de nuestro viaje con el armador por Noruega, echamos el ancla en el precioso fiordo de Tafjord, al norte de Geiranger. Atamos un cabo desde nuestra popa a una roca a tierra y el armador pudo disfrutar de la cena a pocos metros de una catarata y con unas vistas espectaculares. Para este tipo de cosas uno se compra un mega yate.

En dicha operación un marinero se cayó al agua a cámara lenta como Arnold Schwarzenegger en la lava del final de Terminator 2. Cuando comprobamos que no se iba a morir de hipotermia nos reímos un buen rato.

Resulta que en ese mismo fiordo, en 1934, ocurrió una de las mayores tragedias naturales de la historia reciente de Noruega. El 7 de abril se oyó un gran Cra-cra-cra y unos dos mil metros cúbicos de roca se desprendieron de la ladera de una montaña y fueron a caer 700 metros más abajo. ¿Sabéis cuando tiráis una roca grande al agua y hace “tunch”? Pues este fue un tunch de proporciones bíblicas.

Os datos varían según las fuentes, pero la ola alcanzó entre 60 y 80 metros de altura y mató entre 40 y 50 personas de hasta tres pueblos distintos. No mató a más, porque allí no vivía más gente.

Hace un par de años se hizo en Noruega una película basada en dicho desastre y en si sería posible que se repitiese, “La última Ola”, que fue un exitazo de taquilla en dicho país.

Con catástrofes o sin ellas, es uno de los sitios más bonitos en los que he estado nunca.

sábado, 12 de mayo de 2018

Noruega


Noruega ya queda por la popa. Tras aproximadamente un mes visitando parte del país ya puedo decir que ha sido de mis viajes en barco favoritos.

Es un país impresionante. Los fiordos, el mar, las miles de cataratas. Paisajes distintos a todo lo que había visto hasta ahora. Pasa como Roma o París. Lugares que has visto en fotos que no le hacen ninguna justicia. Verlos en persona es otra cosa.

Si no fuese porque llueve o nieva unos 300 días al año sería un país casi perfecto. Bueno y por el frío. Pero claro, si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta. En cualquier caso ya nos dirigimos al sur, a climas más cálidos.

Tras parada rápida para repostar en Rotterdam, Gibraltar. Leerlo lleva cuatro segundos, pero navegarlo unos seis días. Ahí otra vez combustible y luego mi querida Génova. Son un par de años sin visitarla y nos echamos de menos. Lo mejor es que de ahí volaré a casa.

Ahí sí que empezará oficialmente el verano.

domingo, 22 de abril de 2018

El acuario de Bergen

No me canso de repetirlo, me encantan los acuarios. Y como Bergen tiene uno hoy tocó visita. Sorprendentemente cuatro compañeros se apuntaron. Aunque uno fue el marinero nuevo que empiezo a sospechar que no sabe decir que no a nada.

275 Coronas Noruegas son unos 28 euros, y ese es el precio. Fuimos andando y llovía, así que no nos íbamos a echar atrás, pero es caro. Leones marinos y pingüinos nos dieron la bienvenida.

El acuario no está mal a pesar de no ser muy grande. Pero está sobre todo enfocado a la fauna local. Lo cual no me suponía en principio ningún problema, hasta que me di cuenta de que unos quince grados de latitud norte no suponen una gran diferencia en cuanto a animales acuáticos. Conclusión: Vi vivo todo lo que puedo ve en el mercado del Berbés muerto cualquier martes por la mañana.

Pero los acuarios, niños, son educativos a la par que divertidos. ¿Qué he aprendido hoy? Pues he visto un par de animales que no había visto nunca además de enterarme de un par de datos curiosos. Lo primero, una especie de ofiura o estrella de mar llamada Gorgona (como la que convertía en piedra) que parecía La Cosa. Bicho horrible.

Segundo. Hay una lombriz marina que llega a alcanzar los sesenta metros de largo, el doble que una ballena azul. Esta no la tenían allí, gracias al cielo.

Tercero. El pez de San Pedro o San Martiño, en inglés se llama John Dory.

Cuarto. He visto una tortuga con nariz de cerdo y un pez sin aleta dorsal pero con tremenda aleta… ¿Ventricular? ¿Abdominal? La de abajo. No sé, está claro por qué no acabé la carrera. El caso es que nadaba rarísimo. Dos fallos de la naturaleza.

Quinto. Resulta que hay una pequeña tradición aquí en Bergen. Resulta que cuando a un niño pequeño le llega la traumática hora de dejar el chupete, lo llevan al acuario. Allí, el niño tira el chupete a una pecera llena de carpas Koi. Las carpas chupan el chupete un par de veces antes de ver que no es comida y el niño recibe un diploma del acuario. No me digáis que no es una idea cojonuda.

Estos Nórdicos nos llevan años de ventaja. 

miércoles, 11 de abril de 2018

El Verdugo (y II)


Ya habíamos descendido el río varias veces. En verano y en invierno. Arrastrándonos como Gollum o con cazadores acechando en las orillas. Pero esta vez toda era distinto. La colosal fuerza del agua era simplemente demasiada.

Con nuestra única consigna de “dejaros llevar y pies por delante“ nos adentramos en el rugido del río y superamos los primeros rápidos. No hubo lugar a preámbulos. Tras el segundo asalto nos quedamos atrapados.

Por suerte nadie se precipitó por los tremendos saltos de agua que teníamos a cada lado. Intentamos remontar el río haciendo cadena humana pero imposible ganarle a la corriente. Tú aun eres joven y no lo sabes, pero son esos momentos difíciles de penuria los que unen a los hombres. También son los que forjan el carácter. Atrapados en una húmeda roca de dos por tres metros nos invadió la desesperación.

Cataratas a mi derecha. Cataratas a mi izquierda. Y entonces, dije “basta”. “Nadie morirá en este sucio peñasco hoy. No en mi guardia”. Afirmé los pies en el extremo de la roca y cual Ícaro volé sobre las hirvientes aguas hasta aterrizar en el margen derecho del río. Mis compañeros, henchidos de un renovado valor al ver tamaña hazaña, me siguieron como un solo hombre.- Abuelo se está usted alterando un…- Los libros de Historia lo llamaron “El Salto de Fe”. Nosotros sólo hicimos una cosa: sobrevivir.

Pero aquello no había hecho más que empezar. Para sortear el siguiente obstáculo, “La Gran Catarata” tuvimos que salirnos del cauce del río. Vinieron luego más rápidos, unos especialmente violentos. Después de estos, uno de nuestros camaradas decidió abandonar el grupo y el descenso para intentar llegar al coche por el margen izquierdo del río. Terra Incógnita. Por supuesto lo dimos inmediatamente por muerto. Nos reencontraríamos en el Valhala.

Los demás seguimos avanzando hasta que llegamos a los rápidos finales. Nos metimos en ellos como si no hubiese mañana y casi no lo hubo. Tras unos minutos de descenso semidescontrolado, reuní suficientes fuerzas como para apartarme a una orilla. No había ni rastro de mis compañeros. Era evidente que se habían perdido todos menos yo. Tras unos momentos interminables de incertidumbre fueron apareciendo uno a uno con caras desencajadas. Su experiencia había sido peor que la mía.

Juntos, después de algo más de cuatro horas, llegamos de nuevo al puente colgante.
Sin tiempo para enjuagarnos las lágrimas de emoción, comenzamos el ascenso hacia el coche. Doloridos pero orgullosos. Fue entonces cuando ante nosotros apareció la figura de un fantasma de tobillos hinchados: Nuestro camarada perdido había vuelto de entre los muertos.

El grupo al completo volvimos a casa y celebramos la epopeya con ambrosía e hidromiel.

O puede que fuese comida china y agua del grifo. Pues a veces la memoria me falla, hijo mío.

martes, 10 de abril de 2018

El Verdugo (I)


Pasa, hijo mío, y siéntate junto a mí. Junto al fuego. Y escucha. Aprende quizás. Te contaré una historia. Una de miedo y valor. La historia del día en el que la voluntad de los hombres doblegó a La Naturaleza. Esta es la historia del descenso del Verdugo.

Fue un sábado de mediados de Febrero. Esas últimas semanas había llovido tanto que hasta el barco de la rotonda de Coia se estaba llenando de parejas de animales. Aquella mañana no llovió, pero hacía frío. Porque tú no sabes lo que es el frío John Nieve. –Abuelo, ¿Quién es John…?- ¡Calla! No sabes nada. Aquella mañana aprendimos lo que es el frío. Pero aun así nos pusimos nuestros bañadores y nuestras camisetas de andar por casa y bajamos el camino hasta el río mientras la hierba escarchada nos rozaba las pantorrillas allá dónde no nos cubrían los escarpines. Cual espartanos ligeros de ropa antes de entrar en batalla.

Llegamos al puente colgante y descubrimos que no había playa. Por fin miramos al río Verdugo a los ojos. Sólo vimos furia descontrolada. Los veteranos cruzamos una mirada rápida y asentimos. La retirada no era una opción. Y cruzamos el puente.

La maleza invernal lo cubría todo y dificultaba nuestro avance. Cuando por fin encontramos la pista, las zarzas ya habían hecho que las primeras gotas de sangre mojaran el suelo del bosque. Recorriendo los primeros metros del sendero conocido como “El camino de Songoku al planeta de Kaito” se nos pasó de todo el frío.

Pasamos “El acueducto del Vértigo” y, al fin, llegamos a la altura de “La Presa”. Agua. Agua y más agua desbordando por todos los lados. Con la vista fija en el destino que nos esperaba nos pusimos nuestros maltrechos neoprenos y nos preparamos para la segunda parte de nuestra aventura, aquella que pondría a prueba toda nuestra determinación, fortaleza física y anímica.

Pero primero nos hicimos una selfie, porque lo heroico no quita un poco de postureo.

Continuará.

lunes, 9 de abril de 2018

Sesenta grados norte

Y en esto que llegamos a Noruega. Nos acercamos a tierra entre rocas y niebla en uno de esos días en los que se ve el frío. Una navegación bonita antes de amarrar en Bergen, donde nada más aproximarnos a la ciudad vimos como nos daba la bienvenida un grupo de gente bañándose en agua a cinco grados centígrados. Reto apuntado.

Justo cuando iba a tener algo de tiempo para descansar vinieron a bordo tres agentes de la guardia costera. Control rutinario. Más ganas de curiosear en el yate que de buscar problemas. Casualidades de la vida, el oficial al mando no sólo vivía en Valencia cuando no está embarcado, si no que conocía Vigo ya que había estado incluso en la escuela náutica de allí.

Cuando terminamos fuimos a dar una vuelta y pude comprobar lo bien preparado que vine para el clima de aquí: ¿Botas? En la terraza de casa, ¿Guantes? Dos sí, pero los dos de la mano izquierda, ¿Cazadora? Con la cremallera rota. Eso sí, me traje las llaves del coche y las pulseras antimareo del niño. Vaya manera de hacer maletas.

A pesar del clima, Bergen es muy bonito. Sus calles, el propio frío y el precio de unos casi diez euros por una cerveza invitan al visitante a andar y no sentarse en ningún lado. Vimos la zona declarada patrimonio de la humanidad y probamos carne de ballena.

Aun nos quedan cosas por ver, como el acuario, pero vamos a pasar un par de semanas aquí.

Tenemos tiempo.

sábado, 7 de abril de 2018

De Watersnood

Después de embarcar en Rotterdam tras un viaje sin incidencias en coche, avión y tren, vuelvo a navegar. Esta vez más al norte de lo que jamás he estado.

Como no hay mucho que contar de experiencias personales, cuento historia para desoxidar los dedos. Y el cerebro.

Casi al final del puerto de Rotterdam, saliendo en barco, se pueden observar a cada lado de la bocana unas estructuras gigantescas que parecen puentes que no llegan a ninguna parte. Vistas desde el aire recuerdan a los palos de un pinball.

Esa monstruosidad, que mide como la Torre Eiffel tumbada pero pesa cuatro veces más, es la barrera de Maesland y sirve para cerrar completamente el puerto de Rotterdam. Cerrarlo de verdad, no como cuando los picoletos se ponen en Guadarrama y dice “aquí no pasa nadie”.  Me refiero a cerrarlo en plan que no pase ni una gota de agua. Esta barrera, fue el resultado final del Plan Delta.

En 1953, año en el que nació Alex Van Halen allí al lado, hubo en Holanda una inundación catastrófica en la que murieron más de 1800 personas y un montón de vacas y ovejas. Un temporal como pocas veces se había visto por allí junto con mareas vivas resultó en la destrucción de varios diques y la entrada de agua a raudales en varias poblaciones. Como aquello no se llama Países Bajos porque sí, fue un auténtico desastre. A aquello lo llamaron “De Watersnood”, La Inundación. Con mayúsculas.

Después de paliar los daños, los holandeses se reunieron para tomar medidas para que aquello no se volviese a repetir. Aquello se llamó la Comisión Delta, que parece sacado de Los Vengadores, pero que en realidad tiene más que ver con los deltas de los ríos. Al final de la última reunión se dijo algo tal que así: “Van coleguen, igual deberíamos aplicarnos el refrán de que no se le pueden poner diques al mar, pero somos holandeses y lo único que sabemos hacer aparte de zuecos, queso y molinos, son diques. Así que, al tajo.” Desarrollaron el Plan Delta y con la cabezonería y la eficiencia de los pueblos del norte de Europa construyeron más diques, más altos, más gordos y mejores que los anteriores.

Esto les llevó 40 años, que en tiempo de obras españolas equivale a unos 13 siglos y medio. La obra culmen, fue la barrera móvil del puerto de Rotterdam, que parece la puerta de la muralla de Pacific Rim.

Y esa es la historia.

Para jugar con el agua, dame un holandés.