sábado, 30 de julio de 2011

Superstición

Antiguamente no había gente más supersticiosa que la gente de mar. Supongo que el verse tan expuesto a los elementos como en medio de un temporal de los gordos, hace que creas hasta en el Ratoncito Pérez.

Hoy en día, en plena era de las comunicaciones, de la navegación por GPS y de los radares superprecisos algunas supersticiones se siguen conservando. Y el otro día tuvimos el ejemplo de que no conviene tomárselas a la ligera.

No se pueden llevar paraguas a bordo. Traen mala suerte y eso lo saben los marinos de todo el mundo. De hecho no conviene ni tocarlos cuando estás a punto de embarcar. He visto a un capitán decirle al jefe de máquinas cuando se disponía a embarcar que o tiraba el paraguas o se quedaba en tierra.

Pero en un yate que se supone de lujo, hay que llevar paraguas. La gente que gasta en una semana el sueldo de una vida de un trabajador normal no entiende de supersticiones. Ellos pueden comprar suerte.

El otro día estábamos teniendo una tarde de lo más tranquila hasta que tuvimos que tocar los paraguas porque los invitados querían ir a tierra y llovía. Todo empezó a torcerse. Primero tuvimos que volver a poner en el agua todas las motos de agua que los invitados habían dicho sólo cinco minutos antes que no iban a utilizar y de repente toda la tripulación de cubierta empezó a volverse medio gilipollas y a cometer errores estúpidos hasta casi causar un accidente.

Pasaron un par de horas y justo cuando empezamos a realizar una operación de dudosa legalidad, que no voy a mencionar aquí por miedo a que los efectos de la mala suerte aun duren, aparece la lancha de la Guarda de Finanza a darnos la bona sera.

Menos mal que con mi dominio del espaliano (¿o será itañol?) y con el regalo de un par de camisetas y gorras solucionamos el incidente. Son fáciles de contentar estos italianos.

Gracie, prego y hasta domani.

viernes, 29 de julio de 2011

Nada es tan grave como parece


Arrebato pesimista superado. Y es que nunca hay que olvidar una frase mágica que le escuché hace ya tiempo a un profesor de matemáticas: Nunca pasa nada. Qué gran verdad.

Los invitados del chárter son mucho más agradables de lo esperado, la azafata que estaba enferma se recuperó a tiempo y sin contagiar a nadie y el mal tiempo que esperábamos se fue más al sur y sólo nos tocó un poco de refilón.

Pero, ¿Qué hubiese pasado si todo lo que podía haber salido mal saliese mal? Pues nada. La mitad de la tripulación andando como zombis griposos y febriles mientras la otra mitad está tirada en el baño echando por el retrete hasta la ostia de la primera comunión. Todo esto con un tiempo de perros en un barco que se mueve más que los precios. Y mientras, la mafia kazajo-rusa cagándose en nuestras matrioskas porque alguien ha estornudado en su ensaladilla. Señor le juro que eso es mayonesa.

Tampoco sería tan grave ¿no? Además tendría algo interesantísimo sobre lo que escribir. Mientras el barco siga a flote todo va bien. Y si se hunde, tenemos balsas y chalecos salvavidas de sobra.

Ante cualquier situación que pueda suponer un problema o un simple quebradero de cabeza siempre me hago la misma pregunta: ¿Qué es lo peor que podría pasar? La respuesta nunca me asusta demasiado.

A dos días de que termine el chárter parece que todo está saliendo bastante bien, otro mes que ya está terminando y el sol brilla. No hay razón para ser pesimista. De todas formas tuvimos un incidente relacionado con la mala suerte en los barcos, del que os hablaré tan pronto pueda. Uno puede ser optimista, pero no hay que confiarse.

Por si acaso, toquemos madera.

domingo, 24 de julio de 2011

El viajero pesimista


Conozco a poca gente más optimista que yo, pero el optimismo y la fuerza de voluntad para que las cosas salgan bien no son las fuerzas más poderosas del universo. Y desde luego no tienen nada que hacer contra la poderosa y omnipresente Ley de Murphy.

Esta dice en uno de sus corolarios que “si algo empieza bien acabará mal” y en el siguiente “si algo empieza mal acabará de puta pena”. Bueno puede que el libro no diga tacos, pero la idea es esa.

A un par de horas de que empiece el segundo chárter de la temporada las sensaciones no podían ser peores. Hemos tenido pequeños problemas con los invitados y la agencia desde hace una semana. Que si no llegaba el dinero que tienen que dar por adelantado, que si dónde dije que eran 16 ahora resulta que son 23 y un larguísimo etc.

Aparte de que ni siquiera tenemos un itinerario confirmado o una lista de pasajeros como Dios manda. Y son medio rusos, algunos de ellos, de hecho, rusos enteros.
Para que la diversión sea completa, una de nuestras azafatas, la más experimentada y que conoce mejor el barco, lleva dos días en cama con una gripe tremenda y ya hay otra chica que está sintiendo los primeros síntomas de resfriado.

Para rizar el rizo, hoy el parte meteorológico anuncia fuerza 7-8 para esta zona y mar gruesa a muy gruesa, que traducido a los invitados y las chicas de interiores se puede traducir por vómitos y más vómitos y mareo constante.

Así que en definitiva nos esperan siete días de lo más interesante. Aún así me voy a permitir ser optimista dentro del pesimismo que reina hoy a bordo y despedirme con otra cita del famoso libro:

“Sonría, mañana puede ser peor.”

jueves, 21 de julio de 2011

Barbacoas en el puerto

Ayer por la noche la gente de la marina de Génova nos invitó a una barbacoa en el pantalán. “Nos invitaron” quizá sea decir demasiado, ya que tuvimos que llevar nuestra comida y cocinarla, la bebida, platos, vasos, servilletas… Así también invito yo a la gente.

La fiesta-barbacoa tendría que haber empezado a las siete pero hasta las ocho y media no llegaron las primeras personas. La puntualidad italiana es de las cosas que me hace sentir como en casa.

A pesar del retraso la fiesta no estuvo mal. Nosotros llevamos carne que estaba buenísima y pudimos probar un salmón canadiense delicioso que trajeron los tripulantes de un barco estadounidense amarrado cerca de nosotros.

Hubo música (un CD de Manu Chao sonó unas cinco veces seguidas) y en un punto de la noche hasta tuvimos música en directo. Dos músicos callejeros con una guitarra y un saxo se acercaron a tocar para ver si conseguían alguna moneda. No sólo consiguieron eso, sino que hasta cenaron gratis.

En agradecimiento nos dejaron sus instrumentos un rato (supongo que es difícil tocar y comer al mismo tiempo) y descubrimos las aptitudes musicales de nuestro nuevo contramaestre Pavo. Sí, se llama Pavo. Y de hecho tocó mejor que el dueño del instrumento.

Una noche agradable que podría haber sido mejor si no tuviésemos que trabajar al día siguiente. El domingo comienza el nuevo chárter y hay cosas que hacer. Mañana salimos hacia Mónaco otra vez.

Va a ser interesante observar las diferencias entre los invitados de la última vez y estos que vienen ahora. De la tribu de los Brady cantando el Kumbayá a coro a la mafia rusa bebiendo Vodka a pelo. No puedo esperar a verlo.

Za zdaróvie.
 

lunes, 18 de julio de 2011

Perfil del tripulante 4: El segundo oficial de puente

Voy a saltarme el orden que llevaba hasta ahora en la descripción de nuestros tripulantes. Tocaría hablar de la jefa de interiores pero me temo que de momento no hay material suficiente para un artículo. Además en este departamento ha habido tantos cambios que casi no da tiempo a conocer a las personas que trabajan en él. Así que paso al segundo oficial de puente.

Se llama George, tiene cuarenta y bastantes y es escocés. De las Shetland (nosotros las llamamos Shitland sólo por joder) que son unas islas británicas a medio camino entre Escocia y Noruega en las que solamente viven unas 25 mil personas.

George fue la primera persona que conocí al llegar a Chipre y ha sido y es una gran ayuda a la hora de trabajar. Lleva un montón de años a bordo y conoce absolutamente todos los aspectos del barco. De hecho, si tuviese la titulación adecuada, yo no estaría aquí.

Tiene un sentido del humor bastante peculiar que ejercita diariamente con nuestro nuevo marinero portugués, que según él debe odiarlo. Es seguidor de casi cualquier deporte, en especial de fútbol, y es un ferviente hincha del Celtic de Glasgow. También es un ávido lector y devora libros de John Grisham. El otro día me sorprendió pidiéndome opinión sobre su nueva adquisición: “La sombra del viento” de Zafón.

Debido a la cantidad de años que lleva trabajando aquí y a toda la gente de diferentes nacionalidades que ha conocido sabe decir buenos días, buenas tardes y buenas noches en unos diez idiomas, pero, como buen británico, no habla más que inglés.

Desde que salimos de Chipre George está a dieta, una dieta muy peculiar. Esta incluye ensaladas en casi todas las comidas, largos paseos y profiteroles con chocolate a la vuelta de los mismos.

Yo no he notado que haya bajado mucho peso.

domingo, 17 de julio de 2011

El acuario de Génova

¿Qué mejor plan hay para un domingo lluvioso que ir a visitar un acuario? Eso es lo que pensé hoy cuando me levanté. Por desgracia es lo que pensaron cientos de familias con niños chillones.

El acuario de Génova es uno de los mejores en el que he estado nunca. Aparte de lo habitual, tiene pingüinos, un cocodrilo, tortugas marinas, manatíes, ranas, colibrís… además tiene una sección dedicada a los primeros exploradores marinos, una dedicada a Madagascar, tiene un pequeño cine en 3D para los niños… vamos que disfruté como un enano.

El gran inconveniente es la gente. Y es que las personas suelen ser normales, pero cuando se convierten en gente se vuelven gilipollas. Ahora que hasta los niños de ocho años tienen cámaras digitales lo importante de ir al acuario no es observar lo que hay en él, es sacar fotos. Y si hay que dar codazos o empujones se dan, pero la foto se saca.

Es tal el afán por sacar la foto que hasta me dediqué un rato a observar a la gente en vez de a los peces. El Fotógrafus Imbécilus es un animal extraordinario. Sus ansias de capturar imágenes son tales que da igual si no ve algo con sus propios ojos, lo importante es que la cámara lo vea. Hubo Imbécilus que se marcharon sin ver los pingüinos por no esperar dos minutos a que la gente se dispersara un poco, eso sí, no sin antes levantarlos brazos a tope para poder fotografiarlos. Y yo esperando como un tonto cuando esta gente los puede ver en foto mil veces en su casa.

El Fotógrafus Imbécilus no hace caso a los cientos de advertencia que dicen que no se puede usar el flash, sus fotos están por encima de cualquier norma. Tampoco se para a leer ningún cartel de información (excepto el de los precios de la tienda de regalos) porque no necesita saber lo que está viendo. ¿Quien necesita aprender algo de un pez cuándo se tienen 118 fotos de ese pez?

También hay otro espécimen más peligroso que es el Imbécilus Comunis. Este no lleva cámara porque seguramente no sabe cómo utilizarla. El ejemplar típico es un hombre maduro tripón y ruidoso o joven con pelo pincho. Se puede reconocer porque golpea los cristales para llamar a los animales, come y fuma donde no debe y en general tiene la misma inteligencia y educación que los pingüinos del acuario. Sólo que los pingüinos visten mejor.

A pesar de todo pasé unas tres horas entretenidísimo. Nada ni nadie puede amargarme en un acuario. Mañana vuelta al trabajo. Es agradable tener un fin de semana para descansar. Casi me sentí cómo una persona con un trabajo normal de lunes a viernes.

Por poco tiempo.

sábado, 16 de julio de 2011

Santa Margarita, Portofino y Rapallo


Equipado con mi mochila, un libro y mi navaja multiusos marca ACME digo Leatherman, hoy me fui de excursión a visitar esos tres lugares en los que ya había estado, pero siempre trabajando y sin tiempo para disfrutarlos.

Los italianos son tan puntuales como los españoles, es decir nada. Esto no se aplica a sus trenes. Mi tren llegó antes de tiempo, salió antes de tiempo e hizo el recorrido en mucho menos tiempo de lo esperado. Hasta tuve unos minutos de nerviosismo pensando en que quizás me había equivocado de tren.

Además no hay ningún tipo de control de billetes y estos son válidos por dos meses, con lo que puedo viajar con ellos lo que quiera en ese tiempo hasta que me tope con un revisor si es que los hay. Este descontrol también se aplica a los autobuses, hoy me subí a tres pagando solamente un billete y podía no haber pagado ninguno.

Me bajé en Santa Margarita y enseguida cogí un autobús a Portofino. Allí pude subir hasta el castillo y seguir el largo y bellísimo camino que cruza el monte y los jardines hasta el faro. El faro no es nada del otro mundo, pero el camino vale la pena recorrerlo. Quizás esto aplicado a la vida daría lugar a una moraleja filosófica del tipo disfruta del camino mientras… Naa, yo sé de cabos no de mierdas filosóficas.

Después fui a visitar el pueblo de Rapallo dónde, según dice un cartel, italianos y yugoslavos firmaron el tratado que definía sus fronteras después de la primera guerra mundial. No es mal sitio para firmar tratados pero sí para ir a la playa. Las que no son de gravilla son privadas y un no ha llegado el día en el que yo vaya a pagar por tumbarme en una playa.

Se estaba nublando cada vez más así que me retiré de nuevo a Génova. Después de horas de caminata mis pies pedían descanso y mi estómago combustible. Comerme un kebab sentado enfrente de la catedral escuchando a unos violinistas callejeros solucionó las dos cosas.

Mañana toca acuario. Aun no me creo que tengamos un fin de semana entero libre.