domingo, 27 de mayo de 2012

¿Qué pasa aquí?


Este blog lo leen unas 50 personas, más o menos, regularmente.  Amigos, familiares, conocidos y un par de personas que no tengo el gusto de conocer. Está bien. Mantengo a todo el mundo informado de por dónde ando y que es de mi vida y me ahorro mucho en llamadas y actualizaciones de estado de facebook. Casi siempre disfruto escribiéndolo y a veces la gente disfruta leyéndolo. Todos contentos.

Pero en los últimos días, desde que se me dio por escribir lo de “No fallarán”, esto es una casa de locos. En tres días ha visitado esto tanta gente como en un mes. Tampoco soy Don Modesto. Cuando lo escribí pensé: “hoy me ha quedado bien”. Pero de ahí a este aumento inesperado de atención, hay largo trecho.

No me lo esperaba porque creo que todo lo escribo es bastante personal, a veces incluso demasiado. Para alguien que no me conoce de nada puede hasta resultar difícil entender de qué hablo en ciertas ocasiones.

Pero parece que el Celta vuelve a estar en boca de todos y la gente empezó a compartir lo escrito en redes sociales a troche y moche hasta crear un efecto de bola de nieve. Hasta el punto de que, a estas horas, ya lleva 400 visitas en este blog mas 800 y pico en la página noticias.delcelta.com (os devuelvo la publicidad).

Que no son tantas, pero digamos que mi público solía ser 20 veces menor. Pero nada oye, que me alegro. Gracias a todos por las visitas y, si alguno quiere quedarse, al fondo hay sitio.

Pasen y lean.

viernes, 25 de mayo de 2012

Seguimos en Grecia


Mucho optimismo pero poco viaje se ve por aquí últimamente. A ver si cambiamos un poco de tema ya, que la gente ha pagado por leer lo que ha venido a leer.

La verdad es que seguimos atrapados en el poco agraciado Pireo. Y lo que nos queda. Veníamos para un mes, estamos ya cerca de hacer dos y creo que hasta el tercero no nos moveremos de aquí. Pronto nos darán la nacionalidad griega. Miedo me da.

¿Aburridos? Un poco. Los dueños vienen todos los fines de semana, sin excepción. Todos los días es lunes, menos el propio lunes, que es domingo. Pero dentro de la monotonía, siguen pasando algunas cosas.

Tenemos marinero nuevo. Es mitad holandés, mitad canadiense, mitad caribeño, mitad griego. Por su manera de hablar me parece yanky del todo. Mucho “yeah man, you know what I mean?”. Pero trabaja bien, que es lo que cuenta.

En nuestro escaso tiempo libre hemos trabado cierta amistad con una curiosa y joven familia. Él es mitad griego mitad mexicano. Ella es estadounidense. Viven aquí en Grecia. Tienen más o menos mi edad y ya tienen cuatro hijos. La verdad es que me cayeron bastante bien.

Por otro lado, nuestros dos marineros sudafricanos están intentando batir el récord del mundo de horas bebiendo en un pub. A estas alturas les debe quedar poco para alcanzarlo. En el poco tiempo que he coincidido con ellos allí, pude asistir al grotesco espectáculo que fue el ver a uno de ellos lamerle el ojo al otro para sacarle una especie de colirio que decía que le picaba. Demencial.

Y poco más, de momento. Parece que el viaje a Santorini se va a posponer debido a que en este país tienen elecciones cada quince días, y el armador no quiere alejarse mucho de casa por si el nuevo presidente sale rana y hay que hacer las maletas.

Junio está a la vuelta de la esquina.

Esperemos que traiga novedades.

jueves, 24 de mayo de 2012

Crónica de cien infartos


Son las nueve menos veinte, hora local. Portátil con batería cargada en su maletín. Dudo sobre coger una sudadera o no, que la noche es fresca. La dejo a bordo, salto a tierra y me dirijo al bar que está a unos 50 metros del barco.

Allí están el capitán y unos cuentos compañeros que me hacen sitio cuando me ven acercarme. Les digo que no se molesten, que hoy juega mi equipo. Encuentro un sitio estratégicamente perfecto: En la esquina más oscura y con un enchufe al lado.

Despliego el ordenador, lo enchufo, me conecto al wifi del local que funciona a velocidad luz y a los pocos segundos aparece en mi pantalla una serie en de la TVG. Suspiro de pura morriña y de alivio al ver que voy a poder ver el partido sin problemas. Aparto la vela aromática de mi mesa. Me relajo un segundo, viene la camarera, pido y espero.

Por fin conectan con Balaídos. La imagen es bastante desoladora. Ni media entrada. La comentarista a pie de campo dice que la gente suele acudir tarde. Y tan tarde, pienso, la gran mayoría llegará dentro de quince días, directamente a la Plaza de América.

Empieza el partido, entre la cámara de la tele y que mi asiento es incomodísimo, me siento como en mi butaca de Río. Aún estoy buscando la postura adecuada cuando todo se va al carajo. “Puf no”. Pero sí. “No lo expulses”. Pero lo hace.

En los cuatro o cinco minutos que tarda Yoel en entrar en el campo pienso en los play offs. En que no nos toque el Hércules en el primer partido. En que haber quien me mandaría ilusionarme tan pronto. En que a quien se lo ocurrió cambiar el sistema de ascenso. En que haber si reducen de una puñetera vez el número de equipos en segunda para que la temporada no se haga más larga que “El árbol de la vida”.

“Lo va a meter”. Lo mete. Pasan cinco o diez minutos sin incidencias. Luego empiezan las cosas raras. El equipo que está con diez, contra toda lógica, empieza a dominar. Crean un par de ocasiones. Aspas le dice a sus compañeros que no se metan atrás. No lo hacen. Y marcan.

Contengo el grito pero no puedo evitar levantarme de golpe. La gente mira desconfiada al guiri loco que no para de hablar él sólo. Es otro partido. Invoco al espíritu de Lotina para que puedan hacer un cerrojazo heroico y amarrar un puntito, que con la que estuvo cayendo, puede ser de oro. Pero ni de coña.

Los diez tíos que hoy visten de celeste juegan como si fuesen 300, “Los” 300. Hoy o se gana el partido, o se pierde por un carro de goles. Pero que no se diga. Balaídos es un hervidero. Me gusta. Acaba la primera parte y le mando un mensaje a mi mujer que lo está viendo en vivo.  Le digo que más de uno hoy no aguanta el ritmo al que están jugando y que metan presión, que el árbitro nos devolverá el penalti. Jamás he estado tan acertado en mis predicciones.

Empieza la segunda parte y no puedo creerme cuando veo que el de amarillo señala penalti. A estas alturas de la película medio bar está hasta las pelotas de mis gritos. “Mételo por tu madre”. Lo mete. Mis compañeros se ríen al verme saltar de alegría. Dos uno y la vida es hermosa, pero queda muchísimo.

Me crezco y le mando otro mensaje a mi mujer diciéndole que aun falta el de Orellana. A falta de pipas me como hasta las uñas de los pies. Pasan cien años hasta que el Mascherano de Narón fusila la red desde 25 metros. Ahora sí que sí.

Estoy pagando la cuenta cuando el Asesino Silencioso hace el cuarto. La camarera tiene suerte y su propina aumenta, mientras pienso en dejar la mar y hacerme adivino. Final del partido. Salgo fuera y comento con mis compañeros lo ocurrido. Sólo el chef, fanático del Celtic de Glasgow, sabe de lo que le hablo.

Vuelvo al barco sudado como si hubiese jugado los 90 minutos, tarareando “fútbol de salón”. Es de los mejores partidos que he visto nunca.

Ya no queda tanto.

martes, 22 de mayo de 2012

No fallarán


El año pasado, hablando con un compañero sobre fútbol y deporte en general y sobre que equipos nos gustaban a uno y a otro, éste no entendía muy bien como me podía importar más un equipo de segunda división que la selección nacional de mi país, especialmente ahora, que la selección lo gana todo. Es difícil de explicar le dije. Y ahí acabó la cosa.

Y es que a ver cómo le explico yo, a un sudafricano que no sabe mucho de fútbol, que el equipo que me quita el sueño, el único que de verdad hace que me enfade o me alegre, es un equipo que jamás ha ganado un título oficial (No me vengáis con la Intertonto). Que acaba de pasar un concurso de acreedores. Que lleva cinco años en segunda, tres de ellos con mucha más pena que gloria.

Que ese equipo es todo y nada. Que me va la vida en ello o es qué es sólo fútbol. Que a veces es la dos cosas, a veces ninguna y a veces todo lo contrario.

Cómo le explico, que en mi equipo jugó un tal Pahíño, que aún cuando iba camino de convertirse en pichichi, su madre le seguía metiendo comida en la maleta cuando jugaba fuera, por si acaso. Que jugó un tal Hermidita, que tenía el pié tan pequeño que era un milagro que anduviese sin caerse, pero que le pegaba al balón como Roberto Carlos. Que hasta tuvimos un portero que solía comer naranjas en mitad del partido.

Cómo le explico que sé todo eso por mi abuelo, que me llevó al estadio por primera vez hace más de 20 años. Porque mi abuelo es el Celta. Y viceversa. Que es “Vamos a mear el miedo” antes del partido. Que es “el año que viene no renuevo el carnet”, pero ahí lleva, 50 años de socio, ya sea en Balaídos o en su exilio del salón de su casa, sufriendo como el que más.

Como le explico que el Celta es mi tío Pepe, que sigue viendo los partidos sin sentarse, sólo que un poco más arriba, y no me refiero a Río Alto, comentando el partido con su lenguaje lleno de metáforas indescifrables con alguien que por fin le entiende. Que el Celta son mis primos. Que es lasaña cada quince días.

Cómo le explico que tuve la suerte de vivir la etapa más gloriosa de este equipo, en un pasado cercano que parece que fue hace milenios. Que durante esa época fuimos reyes de Europa y que sin embargo no tenemos ninguna corona para demostrarlo.

Podría hablarle de los goles de Gudelj. De Mostovoi y de Mazinho. Pero no se haría una idea completa si me olvidase de los goles Merino de Córner. Si no le hablase de Patxi Salinas, que era y es más vigués que Leri. Del penalti de Alejo.

Porque este equipo es mucho más de penaltis de Alejo que de goles de Makelele a la Juventus. Mucho más de decepciones que de alegrías. Si hasta la última vez tuvimos que ascender dos veces, porque le quitaron  una victoria en los despachos. Me río por lo bajini cuando escucho quejarse a los del Atleti.

Y aun así, mi compañero, cuando me ve venir sonriendo de un bar después de haber visto a duras penas un partido que a nadie en este país le interesa, cuando me suena el móvil durante una guardia y digo, toma, uno cero, cuando me escucha tararear fútbol de salón durante horas y horas y me pregunta que qué pasa y le digo: Este año sí. Y el asiente. Algo sí que entiende.

Este año el entrenador, al que he criticado y alabado tanto como a cualquier otro, ha dicho “ellos no van a fallar, y nosotros tampoco”. Y yo, que me he llevado cien palos y los que me quedan, voy y me lo creo. No fallarán.

Y si fallan, nada cambiará. Porque supongo que se tratará de algún tipo de amor y el amor es estúpido.

Pero el amor es incondicional.

Tres partidos.

Hala Celta.

domingo, 20 de mayo de 2012

Pánico bacteriológico


Resulta que la chica inglesa que se marchó el otro día nos dejó un regalito para toda la tripulación. Pero mejor empiezo por el principio. Atención: Este relato puede contener descripciones escatológicas y/o desagradables. Trataré de evitarlas con agudas y elaboradas metáforas. O no.

La chica en cuestión llegó a bordo con no muy buena cara y tosiendo más de lo normal. Un resfriado dijo. Todos la creímos. A los pocos días empezó a quejarse de que tenía dolores cada vez más frecuentes en el bajo vientre. Al final el capitán le dio permiso para ir al médico. Infección de orina fue el primer diagnóstico.

A todo esto sus dos compañeras de camarote ya se habían quejado de cierta falta de higiene de la susodicha. No lavarse las manos después de ir al baño tiene cierto pase, pero (arrepíos me da de imaginármelo) un poso de dos dedos de profundidad en el vaso del cepillo de dientes de pura y asquerosa saliva… En fin.

Los dolores no sólo continuaron si no que empeoraron. Después de la tercera consulta al médico, ciertas pruebas y una factura al barco de más de 400 euros dieron con el problema. La pobre tenía una bacteria en “la fábrica de muchachos” como dirían los hermanos Carrión, lo que le causó una vaginitis aguda.

Cuando una de sus compañeras vio el informe del médico decidió buscar el nombre de la bacteria en Google, por si acaso, y ahí se desató el pánico. Niños: nunca busquéis cosas relacionadas con enfermedades en Google. Un simple dolor de cabeza puede ser síntoma de tumor cerebral para cualquiera medianamente hipocondríaco.

Resulta que la bacteria, llamada Ureaplasma urealyticum, es peor que el diablo. Su cepa más común es la T960. El Terminator enviado para acabar con Sarah Connor era el T800 y ya era bastante jodido así que figúrate tú. Se propaga más rápido y más fácilmente que la estupidez o el pánico. Puede provocar hasta abortos, infertilidad e incluso divorcios, ya que haber como le explicas a tu pareja que tienes una bacteria que el 90 por cien de las veces se transmite por vía sexual porque conviviste por un tiempo con una hija de la Gran Bretaña no muy aseada. Y así las páginas web continúan hasta el infinito.

Total, que sus ya ex compañeras de camarote se alarmaron sobremanera. Llamad a al Doctor House. A la teniente Ripley. A los Cazafantasmas. Se despidieron de ella mandándole los besos por el aire y enfundándose los guantes de goma para una desinfección a fondo del camarote.

Las chicas aseguran que ella sabía antes de venir que tenía esa enfermedad. Si así fuera no es ninguna broma ya que aparte del contagio a la tripulación podrían habernos puesto en cuarentena el barco por una temporada, creándole al armador un problema serio. A lo mejor no sabía nada y fue simple mala suerte, ya que nadie elije estar enfermo.

Lo que sí está claro es mientras algunos tripulantes se tomaron el asunto muy en serio, algunos otros y yo pasamos un muy buen rato haciendo mil bromas sobre el asunto.
Al fin y al cabo, el tratamiento simplemente consiste en tomar antibióticos específicos durante 28 días.

Y, que carallo, lo que no mata engorda.

viernes, 18 de mayo de 2012

Lluvia


Llueve. No muy fuerte pero de manera continuada. Como Dios manda. Como “donde la lluvia es arte”. Ha estado lloviendo por dos días seguidos. Algo bastante inusual para esta parte del mundo y esta época del año. Alguien escribió que las bicicletas son para el verano. Puede ser. Los yates sí que son para el verano. Seguro.

Los marineros parecen leones enjaulados. Intento darles un par de cosas que hacer para que no se muerdan entre ellos. Todo se ralentiza. Sobre todo el tiempo.

Si fuésemos un yate normal, si es que tal cosa existe, pensaríamos que los dueños se quedarían en casa este fin de semana. Manta y peli. Mataría por eso. Pero en los últimos tiempos hemos pasado de ser un barco a un restaurante flotante. Y nuestra cocina está abierta 24 horas al día siete días a la semana.

Por lo demás, la vida sigue igual. O casi. Gané la apuesta que hice conmigo mismo sobre la azafata inglesa. A estas horas vuela hacia Londres, de donde al final nunca volvió el otro marinero que se fue hace un par de semanas. De allí también vino nuestra nueva jefa de interiores. Esperemos que dure. Tripulantes que vienen, tripulantes que van, non te vaias rianxeira que te vas a marear. ¿A qué me recordará esa canción?

Cuatro partidos, sólo cuatro partidos. Si consiguieran ganar los cuatro…

Después…

Después que llueva.