viernes, 27 de diciembre de 2013

Up



Y al final, de todo lo que me ha sucedido en los últimos meses, que no es poco, ha sido el ver esa peli de nuevo (una de las grandes historias de amor del cine moderno) lo que me ha vuelto a animar a escribir.

Lo hago hoy de madrugada. Desde el salón de nuestro nueva casa. Usando solamente una mano porque tengo en brazos un monstruo que ya pasa de los cuatro kilos y que crece como el bambú. Este sí que ha sido un viaje. Una aventura de las buenas.

Terminado el verano y ya de vuelta en Vigo, este año me esperaban en casa de todo menos vacaciones. De primero, los últimos retoques al piso antes de la titánica mudanza. Luego la mudanza en sí. Tarea que siempre resulta, en el mejor de los casos, complicada y que en nuestro caso tuvo los agravantes de ser a un cuarto sin ascensor engañosamente cerca de nuestra anterior morada y con un embarazo de ocho meses como medida de presión. Niños, nunca hagáis eso en casa. O cuando os mudéis de ella.

Un par de días antes del puente de Diciembre decidimos trasladarnos. Iba a ser dicho puente nuestro primer fin de semana de verdaderas vacaciones. El piso tenía aun más cajas que un almacén de Ikea, pero el trabajo más duro ya estaba hecho y el resto no corría tanta prisa.

Y entonces Gael.

Dicen que un nacimiento es un milagro, pero nadie dice que tenga que ser rápido. El día cuatro de Diciembre duró para nosotros cuarenta horas en las que no pegamos ojo. Veinte de ellas fueron viendo a mi pareja sufrir dolor así que los que dicen que un parto es una experiencia muy bonita deben ser los mismos que dicen que el Celta-Osasuna del otro día fue un partido entretenido.

Pero todo termino bien. Lo único que sentí la primera vez que lo vi fue alivio. El niño salió bastante menos feo de lo esperado y mil veces más bueno. La segunda noche con él ya decidimos quedárnoslo, así que tiramos el ticket de compra no sin antes apuntar la referencia. Si nos apetece otro lo pediremos igual.

De nuestra estancia en el hospital ahí va una anécdota escatológica de esas que os gustan. Pocas veces me he sentido tan inútil como cambiando mi primer pañal. Resulta que los primeros días tras nacer los niños cagan una sustancia que se llama meconio (del latín meconium, que significa “me cago en todo”) que es una sustancia negra como la noche. Yo desconocía este dato y al abrir ese pañal y descubrir que un super petrolero Suezmax se había estrellado contra sus tiernas nalgas mientras el niño lloraba, bueno, digamos que no mantuve la calma como debería. Además el tío, con muy mala idea, se le ocurrió que era un buen momento para ponerse a mear y a vomitar todo al mismo tiempo. No sabía si pedir toallitas o una manguera a presión para limpiar el estropicio.

Pero parece que, como todo en la vida, se trata de práctica. Además los niños tienen la buena costumbre de hacer ruido en forma de lloro cuando no estás haciendo las cosas bien del todo así que es más fácil que cuidar una planta, que nunca se quejan.

Fue el día que lo trajimos a casa. Fue en ese momento cuando lo vi a él y vi donde estábamos. Cuando pensé en el maratón del último año y el sprint de los últimos meses. Cuando pensé en que los viajes y las aventuras que terminan bien porque has puesto todo tu esfuerzo en hacer las cosas bien terminan en casa. Y entonces sí. Entonces me emocioné.

Y me despido ya, pero hoy con nota de agradecimiento. A todo el mundo que nos ayudó de una manera u otra en estos meses de locura. A todos aquellos que nos felicitaron. A todos aquellos que nos visitaron. A todos aquellos que se interesaron por nosotros. A todos Gael os debe una cena, así que no dudéis en pedírsela algún día.

Y por supuesto gracias a Andrea. Porque  te quejas y te quejas. Pero siempre aprietas los dientes y sigues un poco más.

No hay nada que no podamos conseguir.