jueves, 24 de diciembre de 2015

Pero casi



No creo en el karma. Ni en la justicia o el equilibrio universal. No creo que a las personas buenas les pasen cosas buenas así por que sí. Eso es ridículo. No creo que Dios exista. Y si existiese, no creo que le importemos una mierda.

El camino a la felicidad es simplísimo: Consiste en no estar triste. A veces es fácil y a veces no. A veces nos liamos. A veces pensamos que estamos tristes pero sólo es hambre. O sueño.

Estar contento también se entrena. Se fuerza si hace falta. Es una actitud hacia las cosas. Y cuando se empieza simplemente a atisbar un poquito de felicidad es increíble cómo se propaga. La risa es más contagiosa que un bostezo, traspasa fronteras como una pandemia zombi.

Dije el otro día que no era Navidad, y lo mantengo. No estoy dónde me gustaría estar. No estoy con quien me gustaría estar. Pero, ¿sabéis qué? Que le den. Eso llegará. Y pronto.  Navidades 2.0 a mediados de Enero. Como si son en Marzo. Mientras, sólo queda aceptar la situación actual. Y ya que estamos, exprimirla y disfrutarla.

Así que hoy he intentado enseñarles a los marineros un par de villancicos en español mientras baldeábamos hasta tarde. Fracaso estrepitoso que sirvió para darme cuenta de que no me sé ni un villancico entero. Pero por su esfuerzo e interés les regalé un par de manguerazos a ritmo de “Ho, Ho, Ho!” Todos trabajamos mejor.

Quizás no es el sitio dónde me gustaría estar, pero voy a pasar estas fechas en pantalones cortos. Todo un sueño cumplido. He cruzado el Atlántico y me he comido los humos de un Boing 747 al despegar a escasos metros. No está mal.

Quizás no esté con la gente que me gustaría, pero estoy con un grupo fantástico de gente. He aprendido a decir “tortuga gorda” en ocho idiomas. A decir “buenos días” e insultar en checo y polaco. Estoy con una gente que se ofrecieron a todo y a más cuando el dolor (físico y del otro) se cruzó en mi camino. No olvido fácilmente.

Y en esto estaba yo, cambiando un poco mucho de actitud para dejar entrar un poco de espíritu navideño y disfrutar de lo de aquí, cuando me llega un mensaje de allá. Un vídeo.

Es como el pase de Krohn a Aspas con el exterior, pero desde cuatro mil kilómetros de distancia. Y sale mi mujer. Guapísima. Y mucha gente. Feísima. Y un conejo. Y suena “All I want for Christmas”. Y todo sale borroso porque se me empañan los ojos y no es hasta la tercera vez que lo veo que reconozco a todo el mundo. Y los quiero a todos porque están como cabras. Pero a la que más, a la guapa.

Mañana tenemos cena de tripulación y hasta hoy por la mañana no me apetecía demasiado. Pero eso ha cambiado. Pienso comer hasta reventar y disfrutar de la noche.

Por mí, por los de aquí y sobre todo por los de allá.

Porque no será Navidad, pero gracias a todos…

Casi.

martes, 15 de diciembre de 2015

No es Navidad



A pesar de ser mediados de Diciembre ya. Y no es sólo porque la temperatura no baje de 26 grados ni de noche, tampoco es que yo esté acostumbrado a Navidades blancas como muchos de mis compañeros. Ni porque los villancicos suenen a ritmo de reggae (Me encanta uno que dice “Como va a llegar Santa a esta isla”). No es porque las palmeras decoradas con adornos navideños queden ridículas, como abetos travestidos.

Es porque con las fechas, pasa como con los lugares: El que sean especiales depende de las personas con quien los compartes.

Y no me entendáis mal. Estoy muy contento con la tripulación actual. De trece que somos, diez somos nacidos en los 80. Y eso se nota. Y ayuda. Además las chicas han hecho un esfuerzo enorme por decorar el barco e intentar animar un poco el espíritu navideño. Cosa que se agradece mucho. Pero ni de coña.

Tampoco es que sea muy grave. He celebrado mi cumpleaños hasta mes y medio más tarde. He tenido comida de Navidad el veintiocho de Diciembre y Reyes hasta en tres fechas distintas. Y la verdad, esas veces no fueron ni mejores ni peores que en otras ocasiones. Lo dicho, la gente.

A mediados de Enero volveré a casa. No mucho más tarde de que todo haya terminado. Si podéis, dejad el árbol y los adornos puestos un par de días más.

Así podré celebrarlo todo otra vez.

Con vosotros.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El incidente de la piscina



Desde que llegamos a este lado del mundo he cambiado un poco mis horarios. Básicamente me levanto y me acuesto antes. Como es lo que me pide el cuerpo, he decidido adaptar mis rutinas diarias a este nuevo horario.

Me levanto a eso de las seis y voy una hora al gimnasio. Luego desayuno mientras leo un rato y empiezo mi jornada laboral, que termina normalmente a las cinco. Luego me doy un baño en la piscina de la marina, juego un rato al pingpong, descanso o voy a dar una vuelta, ceno… Pero no os aburro y voy al grano.

Estaba yo en mi baño vespertino cuando, sin duda envalentonado por mi reciente incremento de actividad física y por tanto de endorfinas, me dije a mí mismo: “Fijo que soy capaz de bucear del tirón de un lado al otro de la piscina”. Tres respiraciones profundas y allá fui.

Cuando calculé mentalmente que me debían de quedar escasos metros para lograr mi objetivo (no lo sabía con seguridad ya que llevaba los ojos cerrados, detalle tan importante como estúpido en sí mismo) estiré completamente mi brazo derecho a fin de tocar la pared de la piscina con la mano antes que con la cabeza.

Sólo unos segundos más tarde comprobé un par de cosas a la vez. Primero, que tenía razón y me quedaba poquito para llegar. Segundo, que no estaba buceando recto, si no con una trayectoria curva hacia la izquierda. Tercero y conclusión: Cuando buceas con los ojos cerrados con una trayectoria curva hacia la izquierda en una piscina que no es rectangular o redonda si no que tiene forma de “T”acostada y chata o de pieza de Tetris con parte recta hacia la derecha y saliente hacia la izquierda, tener el brazo derecho estirado no ayuda en caso de colisión con la esquina saliente.

La física resolvió dicha colisión con un sonido sordo y amortiguado y una hostia padre en mi cara desde la parte alta de la frente hasta el labio superior.

En seguida me puse de pie y me llevé una mano a la zona del impacto. Al apartarla vi que estaba manchada de sangre. Por suerte el capitán estaba tomando algo allí al lado, así que salí del agua y le dije al capitán: “Me pegué un golpe en la cabeza, estoy sangrando un poco”. Los ojos del capitán se abrieron como platos porque el “poco” inicial al que yo me refería había aumentado su caudal a borbotones durante los pocos pasos que nos separaban.

Después de taponarme las heridas a duras penas con servilletas, llegó una ambulancia en tiempo record. Allí me atendieron, me vendaron y después de comprobar que estaba bien, decidieron llevarme al hospital. A pesar de que mi estado no era de urgencia ni mucho menos, el conductor puso sirena y velocímetro a tope.

Una vez allí todo se solucionó con seis puntos colega, repartidos en tres, dos y uno contando desde la ceja hacia arriba. Vacuna contra el tétanos de propina. Para completar el servicio, la enfermera  (típica black big mama caribeña) se aplicó tanto en limpiarme la sangre de la cara que salí de allí con el cutis brillando y dos nuevos arañazos.

Lo peor es que tenía un curso de buceo pagado por el barco que no pude hacer.

Lo mejor… Bueno, quizás que les he dado motivo de broma a mis compañeros para un par de días.

Ya estoy para otra.