Desde que
llegamos a este lado del mundo he cambiado un poco mis horarios. Básicamente me
levanto y me acuesto antes. Como es lo que me pide el cuerpo, he decidido adaptar
mis rutinas diarias a este nuevo horario.
Me levanto a
eso de las seis y voy una hora al gimnasio. Luego desayuno mientras leo un rato
y empiezo mi jornada laboral, que termina normalmente a las cinco. Luego me doy
un baño en la piscina de la marina, juego un rato al pingpong, descanso o voy a
dar una vuelta, ceno… Pero no os aburro y voy al grano.
Estaba yo en
mi baño vespertino cuando, sin duda envalentonado por mi reciente incremento de
actividad física y por tanto de endorfinas, me dije a mí mismo: “Fijo que soy
capaz de bucear del tirón de un lado al otro de la piscina”. Tres respiraciones
profundas y allá fui.
Cuando
calculé mentalmente que me debían de quedar escasos metros para lograr mi
objetivo (no lo sabía con seguridad ya que llevaba los ojos cerrados, detalle
tan importante como estúpido en sí mismo) estiré completamente mi brazo derecho
a fin de tocar la pared de la piscina con la mano antes que con la cabeza.
Sólo unos
segundos más tarde comprobé un par de cosas a la vez. Primero, que tenía razón
y me quedaba poquito para llegar. Segundo, que no estaba buceando recto, si no con
una trayectoria curva hacia la izquierda. Tercero y conclusión: Cuando buceas
con los ojos cerrados con una trayectoria curva hacia la izquierda en una piscina
que no es rectangular o redonda si no que tiene forma de “T”acostada y chata o
de pieza de Tetris con parte recta hacia la derecha y saliente hacia la
izquierda, tener el brazo derecho estirado no ayuda en caso de colisión con la
esquina saliente.
La física
resolvió dicha colisión con un sonido sordo y amortiguado y una hostia padre en
mi cara desde la parte alta de la frente hasta el labio superior.
En seguida
me puse de pie y me llevé una mano a la zona del impacto. Al apartarla vi que
estaba manchada de sangre. Por suerte el capitán estaba tomando algo allí al lado,
así que salí del agua y le dije al capitán: “Me pegué un golpe en la cabeza,
estoy sangrando un poco”. Los ojos del capitán se abrieron como platos porque
el “poco” inicial al que yo me refería había aumentado su caudal a borbotones
durante los pocos pasos que nos separaban.
Después de
taponarme las heridas a duras penas con servilletas, llegó una ambulancia en
tiempo record. Allí me atendieron, me vendaron y después de comprobar que
estaba bien, decidieron llevarme al hospital. A pesar de que mi estado no era
de urgencia ni mucho menos, el conductor puso sirena y velocímetro a tope.
Una vez allí
todo se solucionó con seis puntos colega, repartidos en tres, dos y uno
contando desde la ceja hacia arriba. Vacuna contra el tétanos de propina. Para completar
el servicio, la enfermera (típica black
big mama caribeña) se aplicó tanto en limpiarme la sangre de la cara que salí
de allí con el cutis brillando y dos nuevos arañazos.
Lo peor es
que tenía un curso de buceo pagado por el barco que no pude hacer.
Lo mejor…
Bueno, quizás que les he dado motivo de broma a mis compañeros para un par de
días.
Ya estoy
para otra.
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