Nos despertamos temprano. Activé la conexión a internet con lo que completaba el tercer requisito, después de casa y coche, para una cómoda estancia en el extranjero y nos pusimos en marcha. Destino Nicosia, capital del imperio.
El peor invierno de los últimos 50 años le ha venido muy bien a la isla. Todo está teñido de verde en vez del color ocre que domina en verano. En poco más de una hora nos plantamos a la entrada de la ciudad.
Lo más destacable que tiene es una muralla que rodea toda la parte vieja que tiene forma de estrella con once puntas. Y por supuesto, que está dividida como lo estuvo Berlín, sólo que en parte griega y parte turca. Para remarcar esto y por si alguien anda despistado, ya desde la carretera se ve en las montañas de enfrente una bandera turca que parece estar pintada o labrada en la misma roca y con unas proporciones gigantescas. No tenía el pasaporte encima así lo de ir a la parte turca quedará para la siguiente excursión. Tiene una zona peatonal enorme y bastante decente, pero no hay nada espectacular en ella y con un día de visita basta.
Como aun nos quedaban unas cuantas horas de luz solar decidimos visitar un par de pueblos de los alrededores que nuestra guía de viajes nos recomendaba. Ahí empezaron las cosas raras. Que la guía diese los precios en libras chipriotas en vez de euros nos hizo ver que estaba un poco anticuada, pero que dijese que una fábrica de Carlsberg albergaba el museo de historia natural nos hizo perder bastante confianza en ella. Quizás el que lo escribió hizo la ruta con cata incluída por la fábrica y acabó viendo elefantes rosas, hizo asociación de ideas y escribió lo que le salió de la musaka, total para cuatro gatos que van a comprar la guía…
Dimos con la fábrica pero ni rastro del museo, evidentemente. Tampoco tuvimos la oportunidad de ver la garganta del Kakaristra. La guía decía que era lo más conocido del pueblo, pero los paisanos nos miraban con cara de locos cada vez que preguntamos por ella.
El siguiente destino iba a ser Potamia, sin el Meso delante. Mientras nos adentrábamos en el Chipre profundo por carreteras de tierra, Andrea sintonizó Astra FM, una emisora de música en español. Así que mientras Los Manolos cantaban “All my loving, naino naino ná” nosotros subíamos las ventanillas para que el polvo no entrase en el coche.
Lo bueno de esa zona es que los lugares turísticos de interés están bien señalizados. Lo malo, que lo que los chipriotas consideran monumento de interés puede que no coincida con la opinión del turista. “Baila, baila, baila, baila-mé, que esta rumba gitana no-sé-qué…” sonaba mientras íbamos a ver las ruinas de la residencia de verano de cierto Rey. Sitio al que tampoco llegamos. En su lugar, llegamos a una iglesia tan pequeña como la del chiste, donde las ostias (o el pan de pita) las debían de dar de canto.
Seguimos hacia el sur dirección Deli, sin el Nueva delante. En la radio un griego cantaba en español con fuerte acento “Amor, amor, sin ti me siento sólido y abandonado”. Tú estarás sólido colega, pero a mí me acabas de dejar de pasta de boniato. Total que después de visitar un par de “monumentos” y ruinas, decidimos que era hora de volver a casa.
Mientras volvíamos, vimos pasar siete coches de policía en dirección Nicosia. Tal vez los turcos estaban atacando de nuevo para completar la invasión del 74.
Si la ciudad cayera, tampoco sería una gran pérdida para Chipre.
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