El chárter no pudo empezar peor. En la primera
conversación con uno de los invitados me preguntó si era australiano. Me han
llamado de todo, pero ¿australiano? ¿En serio? Y justo cuando salíamos del
puerto cogimos un cabo con una de las hélices. Ferpecto.
Pero mientras estábamos ocupados reamarrando el
barco y tratando de conseguir a un buzo para que solucionase el problema, el
invitado principal, es decir, el que va a pagar, apareció por la zona de popa
para ver qué pasaba. Después de explicarle el problema, sonrió, bebió otro
trago de champán y nos dijo: “Estamos a bordo. Tengo una copa en la mano y
muchas más esperando ahí dentro. Así que no hay prisa”. Esa es la actitud,
claro que sí. Siempre digo que en vacaciones hay que llevar reloj de agujas y
no digital.
Y a falta de cuatro días para terminar el chárter
esa ha sido la tónica general. Son, de largo, los mejores invitados que hemos
tenido nunca a bordo. Educados, simpáticos, relajados. Hacen un poco de todo
pero no abusan de nada, con lo que nos mantienen ocupados pero sin que nadie
pueda llegar a cansarse demasiado. No nos importaría tenerlos un mes a bordo.
De hecho no encantaría hasta que comprasen el barco. Si es que son tan guays
que hasta se han traído un curling de mesa. Escandinavísimo.
Hemos navegado por las cercanías de Nápoles: Capri,
Amalfi, Positano, Sorrento… Ayer volvimos a Nápoles ciudad y hoy hemos hecho
cambio de invitados. Se han ido los amigos y ahora viene la familia del
invitado principal. Ahora mismo estamos atracados en Ischia, en un puerto
natural que es en realidad el cráter de un volcán. Por cierto que dicen que
esta isla se está hundiendo. Debe ser cierto, porque desde el barco puedo ver
como cuando llega un ferri un poco grande el agua llega a los pies de las mesas
de las cafeterías cercanas.
Cuatro días para terminar. Luego al este de nuevo.
Aunque aún no sabemos a dónde.
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