Al final tuvimos que venir a Nápoles casi una semana
antes de lo previsto. Segunda vez que pusimos el barco en el dique seco este
año. Nada bueno. Por suerte en un par de días todo se solucionó y volvimos al
agua este domingo pasado.
Del astillero en sí poco que decir. Me esperaba lo
típico de Italia en estos casos: Mucho “domani” y “piano, piano”. Pero como nos
recordó un técnico que vino de Livorno: “Esto no es Italia, es Napoli”. Aunque
supiera decir en perfecto italiano “prevención de riesgos laborales” creo que
no tendrían ni idea de lo que les estaría hablando.
El agua que rodea cualquier astillero en general no
suele ser famosa por su limpieza, pero preferiría beber litro y medio de agua
al lado de Barreras en Vigo que tocar con el dedo índice el agua al lado de
Palumbo en Nápoles.
Nada más salir del astillero y con la excusa de que
teníamos que darle un poco de caña al barco para asegurarnos de que todo estaba
en condiciones, nos dirigimos a la cercana isla de Capri, donde el agua tiene
el color del agua. Era la segunda vez que iba a estar fondeado al lado de la
isla y esta vez iba a tener tiempo para una pequeña visita a tierra. Por
desgracia se levantó mucho viento por la noche y a la mañana siguiente partimos
de nuevo hacia la ciudad donde dicen que nació la pizza. Otra vez será.
Y es que menuda coña con el tiempo. Fue llegar
septiembre y con él el invierno de repente. Lo bueno es que el sábado por la
noche disfrutamos del espectáculo aterrador de ver una tremenda tormenta
eléctrica al lado del Vesubio. Apocalíptico. Si el fin del mundo va a ser algo
así, me pido butaca en primera fila.
Por lo demás, seguimos con los preparativos para el
chárter. Sabemos que acabaremos el día 18, pero no a dónde iremos después. Y es
que Puerto Amargura puede que no vuelva a ser nuestro puerto base para el
invierno.
Debería estar contento, pero hay puertos peores.
Aún así, crisistunidad.
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