Al final volvemos a Chipre. No supimos nuestro destino hasta un par de horas antes
de la partida. Ridículo. Aun así, que suspiros de alivio se escucharon. Hasta
el calado del barco disminuyó unos cuantos centímetros del gran peso de encima que
se sacaron algunos compañeros. Y hasta yo mismo.
No es que Chipre sea mi isla preferida, pero tiene
sus cosas. Y en comparación con el resto de posibles puertos es el paraíso.
Son más de mil millas marinas de navegación. Y todas
en la dirección opuesta a casa. Pero eso no es del todo cierto. Allí esperaré a
Andrea en diez días y a un avión que me lleve a Vigo en unos treinta. Así que
tengo la impresión de que navegamos en la dirección correcta.
Estamos cruzando el mar Jónico. Tengo una emisora de radio española puesta mientras fuera nos rodean cientos de delfines. Todo el mundo parece estar hoy de buen humor. Es un buen día.
Bueno, pero no perfecto. A cada milla que pasamos,
me pregunto si estas no serán las últimas. Si este no será mi última travesía a
bordo de este barco.
Y aunque me alegraría mucho de que así fuera, sé que
echaré de menos a esta vieja dama.
El tiempo dirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario