sábado, 27 de abril de 2013

Maldita la hora



En el que un día, hace veinte años, mi abuelo me dijo “¿te apetece venir al fútbol?” y yo dije que sí. Fue un Celta – Athletic (1-1) en el que un Celta de la parte media baja consiguió empatar a duras penas. Disfruté sobre todo por la novedad de ver un partido en directo, pero no me gustó el hecho de que el que se suponía que era mi equipo fuese perdiendo casi todo el partido.

Desde ese día no he dejado de sufrir. En Río Bajo, en mi casa, en Madrid, en Sevilla, En Valencia, en Turquía, en Chipre… Por no descender, por ascender, por ganar la Copa, por entrar en UEFA o en Champions. La historia se repite, cambia y es la misma, pero aquí sigo, como un idiota. Sufriendo.

Y me pregunto si no será algo más profundo pero en realidad más simple. Que soy masoquista. Porque elegí ser fiel a un equipo que no me hace más que sufrir lo mismo que elegí en su día practicar un deporte en el que el dolor físico era parte fundamental del mismo. Al igual que un trabajo que a veces odio por mantenerme fuera de casa por largos periodos de tiempo.

Y pienso si no debería haberme hecho socio o simplemente aficionado ferviente del Madrid o del Barcelona y pasar olímpicamente del Celta. Si no debería haber practicado tenis o golf en vez de taekwondo, que no dudo que tendrán su dureza, pero golpes te llevas los justos. Si no debería haber trabajado en una oficina en la que por muy jodida que fuese la jornada siempre acabaría en casa, durmiendo con mi mujer.

Pero luego hay días en el trabajo, que después de haber currado semanas sin parar, un tío que tiene más millones en el banco que yo pelos en mi cabeza, te da las gracias de corazón por haberle hecho pasar las mejores vacaciones de su vida y por llevarlo sano y salvo de un puerto a otro. Y he tenido días, en los que me he subido a un pódium como un extra de The Walking Dead para que me pusieran una medalla después de habérmela ganado a ostia limpia.

Y hay días como hoy. En los que después de vérmelas y deseármelas para encontrar un bar con wifi y enchufes disponibles, después de ver un partido en calidad de video NMJEEES21 (No Me Jodas, Estamos En El Siglo 21) en el que el árbitro se saca un penalti de su pelo engominado que ni los jugadores rivales reclaman, un partido en el que no me como las uñas, si no los codos, mi equipo va y gana. Y sale momentáneamente del descenso. Y un objetivo que parecía imposible hace dos semanas se vuelve probable. Y decido celebrarlo comiéndome un gyros. Y empiezo a imaginarme los grandes fichajes de la temporada que viene mientras hasta las apestosas aguas del Pireo se vuelven de color de rosa.

Por esos días, creo que voy a seguir igual. No los cambiaría por nada.

Las cosas que más cuesta conseguir, son siempre las que dan una satisfacción mayor una vez se consiguen.

Así que nada, a seguir sufriendo.

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