Los barcos y sus tripulantes están hechos para
navegar. Y cuando no navegan y se pasan demasiado tiempo en puertos apestosos,
como es nuestro caso, vienen los problemas.
A nadie le gusta este sitio. Es feo, caro, huele mal
y no hay nada que hacer. Una vez visitada la Acrópolis y su museo la oferta de
ocio se reduce bastante. Más o menos a cero.
Todo eso, junto con las frecuentes indecisiones de
los dueños que hacen que, cómo el fin de semana pasado, estemos esperando por
ellos doce horas para que al final no vengan, hacen que los ánimos del personal
anden crispados y surjan roces.
Discusiones entre compañeros, gente que dice que se
quiere ir, gente que de verdad se va… seguimos con el baile de azafatas. La
jefa de interiores duró un mes y tres días. En la media. No era mala chica.
Demasiado ruidosa y demasiadas confianzas desde el principio, pero no lo estaba
haciendo mal. Hoy llegan dos chicas nuevas. Hagan sus apuestas.
En el futuro próximo, hay un viaje a Montenegro y
Croacia que todos esperamos con impaciencia, pero nunca se sabe. Ojalá suceda. Todos
empezamos a necesitar un cambio de aires.
Mientras, y por suerte, la Eurocopa continúa.
Y algunos somos diez euros más pobres.
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