De verdad que no. Aunque a última hora me entró
algún que otro mal presentimiento de ver a la gente celebrando las cosas antes
de tiempo, al final no fallaron. Y cómo me alegro.
A quienes trataron y tratan (véase la crónica del
partido en Marca.com) de empañar una temporada por el dudoso resultado de un
partido sólo decirles una cosa: Un ascenso, un título de liga, una copa, un
campeonato de fútbol o de cualquier otro deporte no se gana ni en un partido,
ni en un combate, ni en una carrera. Si el Celta ha subido este año ha sido
porque fue mejor equipo que los otros 20 de la categoría en el cómputo general
de la friolera de 42 partidos. Que alguien se atreva a discutirlo.
Parece ser que la celebración fue espectacular. Hay
quien diría que hasta excesiva. Probablemente. ¿Y? La gente está quemada. Por
el trabajo o por la falta de este. Por la vida. Por todo. La gente más que
nunca necesita alegrías de cualquier tipo. ¿Por qué no? “¡Qué sencillos pueden
ser los momentos felices!” escribió hace poco una persona que vivió esa misma
alegría sólo que un poco más al norte. Pues amén.
La mía fue una celebración bastante contenida. Más
de alivio que de otra cosa. Un choque de manos con un compañero, con el capitán
y con el dueño del bar. Por fin. Después de cinco años, se acabaron los Pepe
Murcia, los Verpakovskis, los George Lucas y todos esos jugadores que han
pasado por aquí y que no llegaban ni a mediocres.
El otro día dijo Fernando Torres que antes ir con la
selección era una costumbre y que ahora
es un premio. A nosotros nos pasa lo mismo con la Primera División. Aprendamos
de eso. Si hay algo seguro es que todo lo bueno se acaba.
La temporada que viene tocará sufrir, como siempre.
Pero hoy, disfrutemos.
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