Hace más de dos mil años, cuando Grecia era el
ombligo del mundo y no el culo de Europa, se celebraban en Olimpia, cada cuatro
años, una serie de competiciones deportivas entre atletas de las distintas
polis griegas. Este evento, que se celebró por más de 300 años era tan
importante que hasta las guerras se paralizaban para que los atletas pudiesen
viajar sin problema y nada interfiriese en la competición.
Ese espíritu es el quiso recuperar el Barón de
Coubertin cuando se realizaron los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Ése es el espíritu del deporte. Si bien los primeros juegos tenían ciertos
tintes religiosos, todo se olvidaba por y para la competición. Se trataba de
competir según unas reglas, en igualdad de condiciones para ver quién era mejor
en cada disciplina. Sencillo y hermoso.
Y por eso difícil. Difícil de mantenerlo al margen
de todo. Difícil separarlo. Estos días veo que vuelve a utilizarse el deporte
(específicamente el fútbol) como arma arrojadiza y, oye, de verdad que no lo
entiendo.
Primer caso. Ascenso del Celta. Miles de personas
salen a la calle para celebrarlo. Al día siguiente llueven críticas sobre que
si la gente sólo sale a la calle a celebrar resultados deportivos y no para
defender sus derechos y gente de lo más aguda apunta que al día siguiente el
paro seguirá igual y la gente tendrá que seguir pagando su hipoteca. ¿Y?. Un
par de respuestas se me ocurren.
La primera,
que Vigo siempre sale en las noticias como una de las ciudades de España en
dónde más se secundan huelgas y manifestaciones de todo tipo, así que por eso
tranquilos mis pequeños revolucionarios, que una cosa no quita la otra. La
segunda, que si a Fulano Perez, parado y con una hipoteca hasta el cuello, ese
día, en el que se ha llevado la única alegría en meses, decide tomarse un vino
de más y salir a ver el ambiente a la Plaza de América, no creo que nadie con
un ordenador y tiempo libre tenga derecho a decirle ni mú. Y tercera y más
importante: ¿Qué coño tiene que ver una cosa con la otra? ¡Qué es fútbol señores!
Segundo caso. Piqué publica en una red social que si
estás en Polonia y quieres entradas para ver el partido de España que hagas no
se qué. Un minero responde que no. Que él está en Asturias luchando por sus
derechos y los de sus hijos. La gente aplaude. Zasca, en toda la boca.
Yo me pregunto, ¿Si un ex banquero que acabase de
cobrar una prejubilación desorbitada hubiese escrito: No me interesa, estoy en
el Caribe bebiendo mojitos a costa de dinero que robé a miles de familias, la
gente hubiese aplaudido? Porque se trata de exactamente lo mismo, una respuesta
que no viene a cuento. ¿O es que es verdad que la gente no entiende lo que lee?
Es como lo de “¿de dónde vienes? Manzanas traigo”. O mi gran preferida: “Ralph,
¿Jugamos a los palíndromos? El aliento de mi gato huele a comida para gatos”.
Tercer caso. Lo siento pero también es fútbol.
España le gana a Francia en la Euro. Los franceses se metieron con los
españoles con los guiñoles sobre el dopaje y ahora se le responde con la misma
moneda. Hasta ahí todo bien. Pero ni “hay que ganarles porque nos tiran las
fruta de los camiones” (me juego un pié a que no fue Benzemá y los suyos, bueno
Ribery pudiera ser) ni “les ganamos, pero ellos tienen un sueldo mínimo de 1300
euros”. Fútbol, señores, fútbol.
Y ya enlazo, y voy terminando, con lo de “yo soy
español” “tu lo que eres es tonto”. Quien no entienda que es solamente un
cántico de ánimo de cualquier evento deportivo debe ser muy corto de miras.
Está claro que sentirse orgulloso de ser español es una tontería. Una tontería
tan grande como sentirse avergonzado. Uno debería sentirse orgulloso de las
cosas que hace o consigue no de aquellas con las cual nace. ¿O alguien se le
ocurre sentirse orgulloso de ser alto o bajo?
No soy tan inocente como para pensar que el deporte
está limpio y puro de todo, pero no lo contaminemos nosotros más. Y recuerdo a todo el mundo que siempre han sido las dictaduras, de todos los
colores, las que más se han querido aprovechar en su beneficio del deporte.
Así que resumiendo, déjenme en paz. Yo sólo he venido
a disfrutar del partido, la carrera o el combate.
Y déjenme animar, a quien me salga de las pelotas.
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