Obsérvese, si se puede, la cruz en lo alto del pico que está más hacia la derecha de la imagen |
El caso es que el plan de la línea recta no funcionó
nada bien. Las carreteras y los caminos forestales tienen la mala costumbre de
no seguir la línea recta que tú has trazado, y eso conlleva ciertos problemas.
Al poco rato de caminata abandoné la carretera y
comencé la ascensión propiamente dicha. Pero mi ruta me llevó a cruzar un par
de terrenos privados. En uno de ellos, un perro palleiro con bastante mala
leche me salió al paso seguido de su amo. Su amo, mirando desconfiado al guiri
con una especie de pañuelo árabe a la cabeza y con gafas de sol, me preguntó
que qué cazzo hacía en su finca. Como al instante vi que el paisano no estaba
muy puesto en trigonometría no intenté
explicarle mi astuto plan sobre la línea recta que unía el puerto y el pico de
la montaña. Solamente le dije que quería llegar a la cruz que se veía allí
arriba. El hombre me señalo muy amablemente la salida de su territorio, y el
del perro, y luego tuve que seguir buscándome la vida.
Llegué a un punto en el que el camino de cabras
desaparecía totalmente, pero ya había subido tanto que había llegado a ese
punto de no retorno en el que dar la vuelta no era una opción. “Caminante se
hace camino al andar” y una mierda. Se hace si tienes un machete. O un palo al
menos. Pero yo no tenía ni una cosa ni la otra. “Caminante te sangrarán las
piernas al andar” eso sí que es una verdad con un templo. Sobre todo porque en Elba
hay tantas silvas como en cualquier otro monte gallego.
Pero superé como pude todos los inconvenientes
varios y llegué hasta casi casi la cima. Por el camino pude ver un montón de
conejos. Uno de ellos casi tan grande como una vaca. De hecho, puede que fuese
una vaca que se movía muy ágilmente. En un punto, entre la roca, encontré dos
pequeñas cuevas que tenían toda la pinta de ser madrigueras de conejo. No es
que me las de de rastreador, pero las tres toneladas de mierda de conejo que
había alrededor era una pista bastante clara. No las investigué muy a fondo ya
que me daba pánico acabar como Alicia en el País de las Pesadillas. A la
primera gilipollez del Sombrerero loco, yo me liaría a las ostias.
En los últimos metros de la ascensión encontré
finalmente el sendero por el que tenía que haber subido. Coroné la cima, admiré
la vista y me comí una manzana. Luego bajé por el camino propiamente dicho, lo
que resultó mucho más fácil.
Cuando llegué al pueblo, unas tres horas más tarde,
me encontré con unos cuantos compañeros que se estaban tomando una birra. Me
uní a ellos muy alegremente. Era el mejor final para un día de ejercicio
intenso.
Creo que el que no tenga una montaña con una cruz en
la cima para subir, debería buscarse una. Y con una montaña, me refiero a un
Camino de Santiago, a un puzle de ocho mil piezas o a un concurso de cuarenta
mil preguntas. Me sentí el amo del mundo durante medio minuto.
Fue un día espléndido.
Meu pobre, que cariña de cansado tes¡¡
ResponderEliminarEres un campeón!!! No esperaba menos!! Es una buena manera de hacer ejercicio, ponerse una meta a donde llegar, aunque haya que sortear silvas, perros y conejos... ;) a mi andar en círculos o en una cinta no me motiva nada! Un abrazo aventurero!!
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