No soy una persona muy musical que digamos. Me refiero a que ni tengo una colección de música grande ni dedico demasiadas horas a escucharla. Tampoco se puede decir que entienda de música.
Pero la música no es rencorosa conmigo y es de esas cosas que no hace falta entenderlas para disfrutarlas así que siempre que la necesito está ahí. Esto suele suceder en las guardias nocturnas en el puente, cuando la música, aparte de entretener, ayuda a mantenerte despierto.
Otra cosa buena que tiene es que al igual que los olores ayuda a evocar recuerdos. Me acuerdo perfectamente de mi primera guardia y de cantar con el primer oficial “How I wish you were here” emocionado porque todo era nuevo y descubriendo por primera vez lo que era echar de menos a alguien. Desde aquella es una de mis canciones preferidas.
Sabina me acompañó toda la travesía hasta los Emiratos Árabes y recuerdo la ironía de estar frente a la costa de Yemen y que sonase “La del pirata cojo” justo cuando recibíamos otro informe de ataque pirata a pocas millas de donde teníamos que pasar al día siguiente.
Asocio cada barco a una canción también, normalmente la canción del verano o una de éxito. En el último fue “Waka, Waka”, canción que debimos escuchar unas 500 veces muchas de ellas acompañadas de su correspondiente coreografía que no está mal cuando la hace la propia Shakira, pero que da vergüenza ajena cuando un gordo armador se le ocurre imitarla. Aun no estoy seguro de cuál será la canción del barco en el que estoy ahora.
Y tengo una canción especial para cuando vuelvo a casa después de echar una temporada fuera. Suelo ponerla en el avión, antes de apagar todos los dispositivos electrónicos. Es empezar a escucharla y se me pone la piel de gallina. Dice algo así como:
“A una isla del Caribe,
he tenido que emigrar
y trabajar de camarero
lejos lejos de mi hogar…"
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