Dos meses y medio en Grecia es mucho tiempo. Lo
mires como lo mires. Puede que no fuese tanto si estuviésemos en una de sus
hermosas islas, pero no es el caso. Por fin tenemos fecha de partida, y todo el
mundo lo agradece.
El lunes que viene partimos hacia la bella Italia.
Eso serían ya buenas noticias de por sí, pero lo mejor de todo es que nos
dirigimos a Génova, el Vigo del Mediterráneo, dónde los helados crecen de los
árboles y los kebabs super picantes medran en esquinas oscuras, como los
hongos.
Los últimos días en Grecia fueron bastante
aburridos. La Eurocopa centró casi todo nuestro tiempo de ocio. Al final tuvo
final feliz para mí y para el segundo oficial, que se llevó 120 euros del resto
de tripulantes. Dinero invertido rápidamente en un par de sesiones en el
dentista.
El único momento de emociones fuertes fue
precisamente hoy. Necesitábamos gasolina para las motos de agua y las lanchas
auxiliares, así que fui a acompañar a la persona que nos suele conseguir ese
tipo de cosas hasta la gasolinera y después a nuestra oficina para que le
pagasen.
Ir de copiloto en un minicamión de más de 40 años con
mil cien litros de gasolina en garrafas mientras Dani “el loco” Peredopoulus
conduce a toda leche por las callejuelas del Pireo, es una experiencia que hace
que desprecies al Dragon Khan. Y que aprecies más a tu vida.
Todos estamos contando las horas para largarnos de
aquí.
Lo mejor es que probablemente no volveremos hasta el
año que viene.
¿Nápoles – Limassol (más de mil millas) de una
tacada?
Ojalá.
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