Ya estamos de camino a Génova. A las nueve de la
mañana de ayer soltábamos amarras y le decíamos adiós con un solo dedo (adivina
cual) a la sucia Marina Zeas. Qué alivio. Es un placer navegar de nuevo.
Cruzamos el canal de Corinto ente bromas sobre el
peso de nuestras chicas. Que si nos pongáis todas en el mismo costado que el
barco escora, que si no vayáis a proa que el motor cavita, que si Paul debería
poner su teléfono en el lado contrario para hacer contrapeso…
La primera guardia de la noche siempre se hace
larga. El mar estaba un poco movido
pero con el paso de las horas se fue
calmando y el cielo despejó. Un cielo con un millón de estrellas es el mejor
techo que se puede tener.
Estábamos justo en el medio y medio del mar Jónico,
cuando empezamos a sentir por la radio que nos aproximábamos a Italia. Media
hora de gente llamando a Mario con distintos tono de voz y los típicos “filipino
monkey” nos amenizaron un rato la noche. Después tuvimos unos veinte minutos de
un fulano repitiendo una y otra vez: “Italiano, I can´t see you but I can smell
you” con mucho bafanculo y menciones a la putana de su mamma como respuesta.
Hoy tuvimos un tiempo espléndido. El mar como un
plato y un montón de avistamientos de fauna marina. Un pez volador verde
esmeralda, delfines bailando a proa, atunes saltarines… Me llamó especialmente
la atención un grupo de cuatro o cinco delfines con la cabeza blanca. Ya tengo
algo que buscar en internet.
En definitiva, las últimas veinticuatro horas han
sido de esas que te hacen recordar por qué te dedicas a esto. Un buen día.
Ahora mismo, ya con la bandera italiana de cortesía puesta, nos aproximamos al
estrecho de Messina. Bonito paisaje para sentarse a leer algo en la cubierta
superior mientras intento difuminar un poco el moreno marinero.
Después, rumbo norte.
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