Ayer me quedó por poner la opción D en la
adivinanza: Llamar a tu chófer personal y que te lleve en el Rolls Royce que
tienes cubierto de telarañas en el garaje. Pero la respuesta correcta era la
del autobús, evidentemente.
El jueves partimos hacia Saint Tropez. Allí,
fondeados, pasamos el resto de la semana. En la clasificación oficial de Sitios
Sobrevalorados del Mediterráneo Saint Tropez ocupa el primer lugar de manera
destacada. Sanxenxo o Baiona le pegan mil patadas. Claro que en Baiona no te
cobran siete euros por un café mientras ves como atraca un barco con Beyoncé en
la popa. Hay quien le ve cierto encanto a eso. Yo no.
Nuestros invitados se pasaron los días comprando
objetos de decoración de plástico duro que en cualquier Ikea del mundo
costarían un par de euros. Aquí costaban diez veces más simplemente por llevar
una pegatina distinta. Está claro que el precio de las cosas no es más ni menos
que lo que la gente está dispuesta a pagar por ellas.
Por otro lado, los restaurantes han perfeccionado el
viejo truco de abrirte una botella de agua y cobrártela aunque no la hayas
pedido. Aquí la botella es de Champagne y te cobran cerca de mil euros, para
que vayas abriendo boca.
Así pasamos estos últimos días. Llevando gente muy
rica de un barco que jamás podremos permitirnos hasta un sitio al que no iría
aunque pudiera.
El lunes llegamos de nuevo a Mónaco. Los invitados
se irán entre hoy y mañana. Después me temo que nos esperan tres semanas
fondeados.
En la Bahía de los Barcos Sin Dueño.
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