sábado, 28 de noviembre de 2015

Despedida



Tenía ya algo escrito sobre nuestra llegada al Caribe. Pero eso lo dejaré para otro momento.

Hay cosas sobre las que no escribo. Hay sentimientos que guardo muy dentro y a los que me asomo sólo por rendijas. Esos sentimientos están guardados tras grandes y pesadas compuertas que no puedo permitirme abrir porque dejaría entrar un mar que lo inundaría todo. Simple supervivencia.

Pero hoy toca echar un vistazo ahí. Aunque sea de refilón.

Mi abuelo se marchó ayer para siempre y yo no estaba allí. Tengo una llamada perdida de hace dos días clavada en el pecho. Esto que escribo serán sólo un par de palabras sin mucho peso. Pero si hubiese estado en el funeral igual las hubiese leído en alto. Le hubiese dicho al cura que no se molestase.

La relación que teníamos era sólo nuestra, y así seguirá siendo. Me dejó en herencia sus ojos azules, claro y escaso pelo y una afición por un deporte y un equipo. Mi abuelo me descubrió el fútbol cuando sólo se jugaba los domingos por la tarde en un Celta 1 Athletic de Bilbao 1 en Balaídos. Y fue precisamente el fútbol sobre lo que giró nuestra relación.

Quizás porque la única persona de mi familia a la que le interesaba el tema se marchó antes de tiempo, el fútbol se convirtió en nuestro mundo privado. El Celta en nuestro amor platónico. Me gustaría pensar que ayudé un poco a cerrar heridas. Desde los lunes de pizza y “El día después” hasta las cortas conversaciones telefónicas de los últimos años donde  después de las preguntas de rigor (“¿Qué tal estás?”) uno de los dos sacaba el tema realmente importante: “¿Viste el partido?”.

Mi abuelo tenía mil historias pero casi siempre contaba las mismas. Hasta en las mejores, le  costaba una eternidad llegar al meollo del asunto. Una vez le regalamos un libro en blanco, pero ignoro si llegó a escribir algo. Da igual. Sólo me reconozco dos buenas cualidades: Paciencia y memoria. Las guardaré todas como oro en paño.

Vivió lo suficiente para dejarme pintar. Para cortarme la manzana con trampa. Para verme ganar a un medallista olímpico. Para verme bailar en mi boda. Para conocer a mi hijo.

No me puedo quejar. Quizás me faltó ver con él ese último partido. También da igual. Supongo. Estará ahí. Arriba de todo de Río Bajo. Más allá de Río Alto.

Dónde el cielo será siempre algo más celeste.

1 comentario:

  1. Las buenas personas y que son importantes para nosotros nunca se van, siempre se quedan en nuestra memoria y, tu abuelo era un gran tipo! A veces se quedan con nosotros incluso sin llegar a conocerlos, como tu tío, que veo que lo tienes presente a pesar de que se fue antes de que tu nacieses. Quitate la espina, niño rubio, porque tu abuelo, esté dónde esté lo único que quiere es lo que quiso siempre: que seas feliz. Y recuerda que siempre estará contigo

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