Tenía ya
algo escrito sobre nuestra llegada al Caribe. Pero eso lo dejaré para otro
momento.
Hay cosas
sobre las que no escribo. Hay sentimientos que guardo muy dentro y a los que me
asomo sólo por rendijas. Esos sentimientos están guardados tras grandes y
pesadas compuertas que no puedo permitirme abrir porque dejaría entrar un mar
que lo inundaría todo. Simple supervivencia.
Pero hoy
toca echar un vistazo ahí. Aunque sea de refilón.
Mi abuelo se
marchó ayer para siempre y yo no estaba allí. Tengo una llamada perdida de hace
dos días clavada en el pecho. Esto que escribo serán sólo un par de palabras
sin mucho peso. Pero si hubiese estado en el funeral igual las hubiese leído en
alto. Le hubiese dicho al cura que no se molestase.
La relación que
teníamos era sólo nuestra, y así seguirá siendo. Me dejó en herencia sus ojos
azules, claro y escaso pelo y una afición por un deporte y un equipo. Mi abuelo
me descubrió el fútbol cuando sólo se jugaba los domingos por la tarde en un
Celta 1 Athletic de Bilbao 1 en Balaídos. Y fue precisamente el fútbol sobre lo
que giró nuestra relación.
Quizás
porque la única persona de mi familia a la que le interesaba el tema se marchó
antes de tiempo, el fútbol se convirtió en nuestro mundo privado. El Celta en
nuestro amor platónico. Me gustaría pensar que ayudé un poco a cerrar heridas.
Desde los lunes de pizza y “El día después” hasta las cortas conversaciones
telefónicas de los últimos años donde
después de las preguntas de rigor (“¿Qué tal estás?”) uno de los dos
sacaba el tema realmente importante: “¿Viste el partido?”.
Mi abuelo
tenía mil historias pero casi siempre contaba las mismas. Hasta en las mejores,
le costaba una eternidad llegar al
meollo del asunto. Una vez le regalamos un libro en blanco, pero ignoro si
llegó a escribir algo. Da igual. Sólo me reconozco dos buenas cualidades:
Paciencia y memoria. Las guardaré todas como oro en paño.
Vivió lo
suficiente para dejarme pintar. Para cortarme la manzana con trampa. Para verme
ganar a un medallista olímpico. Para verme bailar en mi boda. Para conocer a mi
hijo.
No me puedo
quejar. Quizás me faltó ver con él ese último partido. También da igual.
Supongo. Estará ahí. Arriba de todo de Río Bajo. Más allá de Río Alto.
Dónde el
cielo será siempre algo más celeste.
Las buenas personas y que son importantes para nosotros nunca se van, siempre se quedan en nuestra memoria y, tu abuelo era un gran tipo! A veces se quedan con nosotros incluso sin llegar a conocerlos, como tu tío, que veo que lo tienes presente a pesar de que se fue antes de que tu nacieses. Quitate la espina, niño rubio, porque tu abuelo, esté dónde esté lo único que quiere es lo que quiso siempre: que seas feliz. Y recuerda que siempre estará contigo
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