A ver, el
título ya sé que no da mucho miedo, sobre todo para el lector medio de este
blog, para el que, la zona franca, es ese trozo de terreno entre Castelos y
Pereiró donde está Citröen. ¿Y en inglés? The Free Trade Zone. ¿Tampoco? The
Free Trade Zone by Stephen King. Bueno, pues os aguantáis. Yo os aseguro que
pasé miedete el otro día.
Estamos
atracados en una zona franca. Como podríamos estar atracados en Bouzas. Y como
allí, si estás en un barco y sales a dar una vuelta, primero te tienes que
cruzar una zona de naves industriales. Con la diferencia de que estamos en las
afueras de Estambul. Izmit, Kocaeli.
El sábado
fui a dar un paseo a pesar de las advertencias de algunos compañeros. Fue como
una especie de viaje en el tiempo. Me dejaron pasar por la barrera de aduanas
sin problema y llegué a dicha zona industrial.
A veces
había acera y a veces no. Lo mismo pasa con la carretera en sí, que a veces
tiene asfalto y a veces sólo tierra. Así que personas y coches circulan por
donde cuadra. Hay que andar con mil ojos. Hay una chatarrería que se extiende
hasta dónde alcanza la vista. Tu antiguo Pentium 5 está allí. Hay talleres,
fábricas, almacenes… todo con aspecto de que la última mano de pintura se la
dieron cuando Hakan Sukur jugaba en alevines.
En todos
estos sitios, la gente tiene distintas herramientas en la mano según lo que
estén haciendo, pero todos, y digo absolutamente todos, levan un pitillo en la
boca. Si entrase en cualquiera de esos sitios y dijese que soy inspector de
riesgos laborales, me mirarían como si les dijese que soy extractor de
vibranium de la quinta luna de Orión.
Y perros.
Montones de perros por todos los lados. Todos sucios y mugrientos. Patrullas de
perros callejeros que echan a correr y a ladrar tras los coches que pasan. Un
perro en cada almacén o taller vigilando en una esquina. Con razón me dijeron
que ni se me ocurriese ir en bici. Cujo era turco y dejó cien hijos.
Había visto en
Google maps una especie de paseo al lado de un río. Llegué a dicho río, que
olía como mil cloacas, pero entre la lluvia y la nieve del camino quedaba poco.
Vencido por las circunstancias volví andando rápido de nuevo entre naves y
almacenes. Debía ser la hora del descanso ya que muchos de los trabajadores se
juntaban alrededor de las hogueras echas con bidones. Sólo un niño de unos once
años seguí limpiando un coche.
De película.
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