domingo, 7 de febrero de 2016

Homer en Nueva York (I)



Los Simpson tienen un capítulo para casi cualquier situación de la vida. En uno de esos capítulos, Homer explica por qué odia Nueva York. Luego su nueva experiencia allí le da la razón. Entiendo a Homer. Odia a la ciudad porque la ciudad lo odia a él. A mí me pasa lo mismo con Sevilla.

Mi primera visita se saldó sin ninguna incidencia negativa que yo recuerde. Fue hace mucho tiempo. La segunda, hace quince años, ingrato recuerdo de todo el celtismo. Perdimos incomprensiblemente una final de copa ante un Zaragoza en declive. Yo también perdí, de paso, todas las fotos que hice aquel día. Una de ellas, ante un termómetro que marcaba 45 grados. Lo más cerca que he estado del infierno. En la tercera se cuajó mi despedida de mi primer trabajo en un yate gracias a un capitán más falso que un billete de tres euros.

Pero como no soy rencoroso ahí fui a por la cuarta. A ver las semis de copa con un amigo. En coche. Todo iba como la seda hasta el kilómetro 716 de la A-66. Autovía de la Ruta de la Plata. De la que cagó la rata. A 100 Km. de Sevilla el Astra dijo basta. Luces rojas. Achtung.

Aun teníamos tiempo de sobra hasta el partido. Después de comprobar que el problema estaba en la refrigeración y que el coche seguía sin arrancar a pesar de que se apagaron las luces de alerta, llamamos a la grúa. Nos recogió un adicto a la Comunio que nos iba a dejar, a nosotros y al coche, en un taller dentro del centro comercial al lado del estadio.

Pero resultó que el taller estaba en el parking de dicho centro comercial, con lo cual la grúa no podía entrar. Lo mismo sucedió con el siguiente taller más cercano, que estaba metido debajo del Corte Inglés. Ya con tiempo justo, dejamos el coche en un taller en un polígono industrial de dudosa apariencia y reputación y corrimos hacia el estadio.

Al entrar al Pizjuán nos dieron una bufanda conmemorativa a cada uno. Sería lo único bueno de nuestra aventura. Mientras el Celta estrellaba el balón en el palo, una chica del seguro del coche me decía que ya teníamos una habitación reservada en un hotel allí al lado. Parecía que las cosas se estaban solucionando. Aún podía ser una buena noche.

Como nos equivocábamos.

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