Los Simpson
tienen un capítulo para casi cualquier situación de la vida. En uno de esos
capítulos, Homer explica por qué odia Nueva York. Luego su nueva experiencia
allí le da la razón. Entiendo a Homer. Odia a la ciudad porque la ciudad lo
odia a él. A mí me pasa lo mismo con Sevilla.
Mi primera
visita se saldó sin ninguna incidencia negativa que yo recuerde. Fue hace mucho
tiempo. La segunda, hace quince años, ingrato recuerdo de todo el celtismo.
Perdimos incomprensiblemente una final de copa ante un Zaragoza en declive. Yo
también perdí, de paso, todas las fotos que hice aquel día. Una de ellas, ante
un termómetro que marcaba 45 grados. Lo más cerca que he estado del infierno.
En la tercera se cuajó mi despedida de mi primer trabajo en un yate gracias a
un capitán más falso que un billete de tres euros.
Pero como no
soy rencoroso ahí fui a por la cuarta. A ver las semis de copa con un amigo. En
coche. Todo iba como la seda hasta el kilómetro 716 de la A-66. Autovía de la
Ruta de la Plata. De la que cagó la rata. A 100 Km. de Sevilla el Astra dijo
basta. Luces rojas. Achtung.
Aun teníamos
tiempo de sobra hasta el partido. Después de comprobar que el problema estaba
en la refrigeración y que el coche seguía sin arrancar a pesar de que se
apagaron las luces de alerta, llamamos a la grúa. Nos recogió un adicto a la
Comunio que nos iba a dejar, a nosotros y al coche, en un taller dentro del
centro comercial al lado del estadio.
Pero resultó
que el taller estaba en el parking de dicho centro comercial, con lo cual la
grúa no podía entrar. Lo mismo sucedió con el siguiente taller más cercano, que
estaba metido debajo del Corte Inglés. Ya con tiempo justo, dejamos el coche en
un taller en un polígono industrial de dudosa apariencia y reputación y
corrimos hacia el estadio.
Al entrar al
Pizjuán nos dieron una bufanda conmemorativa a cada uno. Sería lo único bueno
de nuestra aventura. Mientras el Celta estrellaba el balón en el palo, una
chica del seguro del coche me decía que ya teníamos una habitación reservada en
un hotel allí al lado. Parecía que las cosas se estaban solucionando. Aún podía ser
una buena noche.
Como nos
equivocábamos.
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