Tuvimos la tarde libre después de que el armador y su familia se fuesen. Como ya era un poco tarde para ir a visitar la parte más turística de la ciudad a la que espero ir hoy, me di un pequeño paseo por los alrededores de donde estamos.
Quitando la calle que rodea la marina, el resto es feo y sucio. La primera cosa rara que vi fue un Carrefour sacado de un película post-apocalíptica con un perro en la puerta que no sé si estaba dormido profundamente o muerto. No se movió ni un centímetro en hora y media, pero no soy veterinario.
Caminando un poco más me asustó el ruido que hicieron al caer desde un quinto o un sexto piso un par de tenis de la talla 48 que golpearon el capot de un todoterreno lleno de polvo. La ciudad empezaba a mosquearme.
Y ya cuando veo dentro de una tienda de muebles cerrada, una paloma paseándose por dentro como si fuese el segurata decidí que era momento de volver al barco a descansar un poco, antes de que la locura de la ciudad se apoderase de mí.
No acabaron ahí las sorpresas de la tarde. Habíamos quedado unos cuantos para tomar algo en una terraza y cuando llegamos vimos a nuestra nueva azafata (Que empezó a trabajar el viernes y ayer ya pidió la cuenta) vegetariana declarada por convicciones de salud fumándose un tremendo puro. Casi vimos normal que cuando todos pedimos una cerveza ella se pidiese, lo juro, un whisky sólo con hielo.
Eran las cinco de la tarde, de una normal tarde de domingo en Atenas.
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