Tiru-ririru-tiruriru-ririru-tiruriru-ririru-ririiii, (léase con música de “La mañana”, de “Peer Gynt”) Así llegó la primavera el fin de semana pasado. Después de un largo invierno, el sol empezaba a calentar por fin. Manga corta por la tarde y chaqueta por la noche. Calorcito sí. Pero sin pasarse.
La primavera en Chipre duró dos telediarios. El verano entró como un elefante en una cristalería. Y no me refiero a la temperatura que, aunque ha mejorado bastante, aun está lejos del calor sofocante que se supone que vendrá en un par de meses. Me refiero a la actividad a bordo de nuestro barco.
Los dueños, en uno de sus infinitos cambios de opinión, han decidido que quieren utilizar el barco en semana santa. La lista de tareas pendientes que teníamos para el próximo mes y medio tendrá que hacerse en la próxima semana y medio. Misión imposible. Panic stations. Por no tener no tenemos ni a toda la tripulación necesaria.
En lo personal, todos los planes al traste. Cien cosas que arreglar antes de la partida. Vuelta a empezar. Suspiro, cansancio, bajoncillo y de nuevo al ruedo. “Si la vida te da limones, haz limonada”. No me gustan las excusas, pero me cago en el limonero. Crisistunidad, decía el sabio Homer J. Simpsom.
Así que a Grecia de nuevo. Zea Marina, el apestoso Pireo, la festiva Spetses y si todo va como debería Poros, que quizás se convierta en nuestro hogar por un tiempecillo. Como ya dije aquí, no es el peor de los sitios para estar.
¿De verdad llegué a creerme que iba a estar tanto tiempo en el mismo sitio y con algo parecido a un plan para más de dos meses?
No me llames iluso…
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