Después de un par de días agitados, ayer tocaba olvidarse de todo e ir al fútbol. Cuartos de final de la Liga de Campeones. Sólo había visto en directo hasta octavos y al Madrid no lo veía desde hace cinco o seis años. Iba a estar bien.
Llegamos a los aledaños del estadio (lo único en el mundo que tiene “aledaños”) con unas dos horas de antelación. Si en tu entrada pone puerta N3 y el estadio se divide en secciones norte, sur, este y oeste ¿a qué zona deberías dirigirte? ¡¡EENNGGG!! Error. “N” de Notoç que justamente significa sur en griego. Welcome to Cyprus.
Después de una buena caminata, dos colas y varios controles de entradas entramos por fin al estadio, bastante sorprendidos de ver tanta organización en este país.
Dentro, el panorama cambió totalmente. Intentamos encontrar nuestros asientos, pero sin un solo número en ningún lado y con las escaleras de acceso abarrotadas de gente iba a ser complicado. Por casualidad vi a un chico hablando en inglés con un guiri. Le pedí si me podía indicar dónde estaban nuestros asientos y entre divertido y sorprendido me contestó: “Olvídate de los asientos y de los números. Ponte dónde puedas y mejor hacia los laterales y hacia arriba, porque en el centro están los ultras del Apoel”. Estupendo, pensé. Esto sí que es territorio comanche.
A duras penas encontramos un sitio entre una amable familia que prometió no matarnos hasta el final del partido. Ya estábamos bien situados cuando noté un ligero toque en la nuca. Alguien me había tirado algo. Recogí el objeto de la capucha y vi que era una uva pasa. Pasas. ¿Por qué razón pasas? Odio las pasas. Junto con los orejones y los vegetales cilíndricos completan mi lista negra de alimentos.
La amable familia le dijo al francotirador que parase y a mí que no me preocupase, que el fulano estaba borracho. Segundos más tarde cambió los frutos secos por una botella de agua sin tapón. Por suerte las chicas de detrás de mí se llevaron la peor parte de la mojadura. Le dije al hombre con la mayor diplomacia posible que estaba allí para ver el partido. Nada más. Como para entrar al trapo allí. Las chicas no fueron tan comprensivas y lo pusieron de vuelta y media, con lo que terminaron con las hostilidades y pudimos disfrutar del encuentro.
El ambiente fue increíble. La música de la Champions, el estadio a reventar (juraría que se vendieron entradas de más), un montón de cánticos a coro distintos que ya me gustarían en Balaídos y un largo etc.
El partido en sí regular. Esperaba más de un Madrid que dicen va lanzado a por la décima. Los mouriñistas dirán que supieron tener paciencia. A mí me pareció falta de intensidad. Higuaín desaparecido, Ozil sin ideas y Cristiano sólo apareció con el partido encarrilado para hacer unos cuantos amigos más en Chipre a base de bicicletas en el medio campo. Sólo Bezemá que jugó de todocampista (¿Dónde están los que lo ponían verde?) y Marcelo que revolucionó el partido parecían tener ganas de finiquitar la eliminatoria.
Del Apoel poco que decir. Como dice el refrán rectificado que escuché hace poco: “No se le pueden pedir peras al horno”. Desde luego que no. Aguantaron más de 70 minutos sin que el Madrid apenas tirase, que no es poco. Eso sí, Casillas pudo haberse ido a tomar un frappé y nadie le hubiese echado de menos.
Y eso fue nuestra experiencia championsliguera. Al final 0-3, que casi fue lo de menos.
Todo un espectáculo.
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