Después de una semana y pico de frenética actividad tanto en el trabajo como fuera de él, todo está listo o buenamente trampeado para hacerse a la mar mañana por la mañana.
Durante estos últimos días, me he sentido como esos artistas que hacen giran platos en la punta de un palo, con música de malabarismo de fondo. Si te despistas un segundo se caen, y cuando ya crees que tienes todos girando tienes que volver al principio y darles caña a todos para que todo siga en orden.
Ha sido una semana difícil. Pero en los momentos que me he venido un poco abajo la tía buena con la que comparto piso me ha ayudado a levantarme. He gritado “vamos” más fuerte que Nadal y “que sí joder que vamos a ascender” con la fuerza de todo un estadio. El optimismo es un arma poderosísima. Ni el telediario me amarga cuando me pongo en modo sí.
Volviendo al barco, es increíble que todo (o casi) esté listo para partir mañana. A principios de esta semana la mitad de uno de los motores descansaba en el muelle, faltaban unos cuatro tripulantes, el GPS decidió suicidarse y la lista de tareas pendientes era más larga que la de enemigos de Sauron.
Pero como en el teatro, al final todo salió más o menos bien. ¿Cómo? Es un misterio. Lo que sí puedo asegurar es que tola tripulación se ha dejado los huevos en ello.
Así que mañana, 10:00 am, rumbo Marmaris, Turquía. Adiós a Chipre, por un tiempo. Empieza la temporada. Empiezan los viajes. Empieza el verano.
Ahí vamos.
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