Una semana. Eso queda para irme a casa de una vez. Unha
carreiriña dun can comparado con las casi nueve meses que llevo fuera, si no
contamos el miniviaje de Julio de sólo seis días. Demasiado. Nunca máis.
Estos últimos días han sido de los de más trabajo de
la temporada. Con el capitán de vacaciones y una inspección el viernes, no he
parado. Pero ya está. Inspección pasada con felicitación incluida y sólo cuatro
días más de trabajo. Estoy nervioso. Ansioso. Insoportable.
Cuando no estoy trabajando alterno momentos de
ensimismamiento pensando en los tres millones y medio de planes que quiero
hacer al llegar y momentos de hacer el baile del mono de Kaito. En realidad, de
hacer el mono en general. Ando tan contento que si me diagnosticasen un tumor
le diría al doctor que fuese calentando una sartén con un poco de aceite y ajo
y que fuese cortando pan, porque me lo merendaría una vez me lo extirpase.
Y es que hay tantas cosas que quiero hacer que no sé
si me llegarán los días. Desde el esperado acontecimiento del Verduguing hasta
ir a recoger setas. Desde fabricar un par de hormigueros caseros hasta ir a ver
Cazafantasmas al cine. ¿Qué os parece un derbi gallego para empezar?
Pero no nos adelantemos. Antes espero disfrutar de
los últimos días de verano en Chipre con Andrea, que debido a una nueva huelga
en Grecia se va a quedar un par de días extras. De momento ya hemos pasado el
aniversario de boda juntos, que no es poco. Y mañana veremos como el Celta da
la machada en Madrid.
Así que nada chavales, a despejar la agenda. En nada
vuelvo.
Tengo un millón de planes.
Y os necesito.
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