Un día
después de amarrar en Valencia recibí un mensaje de WhatsApp de un número que
no tenía en mis contactos. Veo en la
foto pequeñita de perfil a una señora con dos niñas que no conozco. El mensaje
es un enlace publicitario de champú L´Oreal.
Un par de
días más tarde, no sé muy bien por qué, abro dicho mensaje con intenciones de
borrarlo o bloquear a la señora publicista. Ya sólo falta que hasta metan
publicidad en el WhatsApp (Tiemo al tiempo), además yo el champú lo gasto a
cuentagotas y soy más de HS.
Y en esto
que me fijo de nuevo en la señora y pienso: No puede ser. Me cago en la leche,
Merche. ¡Es Paqui! La cocinera. Paqui la que se fumaba tres cajetas al día y
una de mentolados de postre. La del arroz al horno y la fideuá que te mueres.
Paqui la de “A mi Rita que no me la toquen”. Paqui la que fue mi compañera de
trabajo y madre a ratos. Paqui la de Valencia.
¿Qué
probabilidades hay de que una persona con la que he no he tenido ningún tipo de
contacto en once años me mande un mensaje justo el día después de que llegue a
la ciudad donde trabajé con ella? ¿Casualidad? No lo creo ¿Brujería?
Probablemente ¿Nos espían las grandes empresas de telecomunicaciones? Dalo por
hecho.
Total que al
final contacté con mi ex compañera y quedaremos para tomar un café la próxima
vez que se acerque por la zona.
Porque uno
no cree en señales cósmicas, alineaciones de estrellas y destinos escritos. Pero tampoco es plan de
llevarle la contraria al Universo así por las buenas.
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