La salida de Argostolis fue igual de agradable que la llegada. Otra vez el olor de los pinares cercanos y esta vez cambiamos la tortuga por dos delfines que su pusieron a saltar a proa. Esto junto con que salimos justo al amanecer con el mar en calma completó un paisaje digno de postal. Tengo que ser justo con Grecia. No toda da asco.
De nuevo otra parada antes de coger a los dueños. Y otra vez un nombre que evoca algo completamente distinto. Trizonia. Tenía grandes esperanzas puestas en ese sitio, con ese nombre tenía que ser una pasada. No se sí me recuerda más a algo del tipo: “Comandante, entraremos en la órbita de Trizonia en tres minutos, ¡Maldición! ¡Cazas espaciales! No me cogerán sin lucha ¡Fiun, Fiun!” O algo del tipo: “Fulaniun de Taliun hijo de Menganiun, heredero al trono de Trizonia”.
Pero la realidad resultó ser bastante decepcionante y resultó que el sitio es solamente una isla sin nada especial en medio del mar de Corinto. Y plagado de medusas grandes como sandías para más inri.
Pasamos la noche allí y al día siguiente salimos hacia Corinto ciudad, o pueblo mejor dicho, para recoger a los dueños y cruzar el canal todos juntos en amor y compañía. La salida no fue fácil. Al levantar el ancla encontramos una red toda enredada alrededor de la cadena. Uno de los marineros tuvo q tirarse al agua con un cuchillo para quitarla. Un agua infestada de medusas y con un delfín que se pasó por allí para curiosear.
Cruzamos el canal sin problemas. Por fin estábamos en el Sarónikos de nuevo. ¿Destino? Poros, evidentemente.
Los dueños de los bares están frotándose las manos.
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