lunes, 23 de abril de 2012

Lo bueno de Atenas


Atenas no es una ciudad bonita. Atenas con lluvia es una ciudad deprimente. Mientras iba en metro a buscar a Andrea al aeropuerto, me vino a la mente la ciudad de “Seven”, de la que no se dice el nombre en toda la peli.

Pero tiene sus cosillas. Me gusta que nada más sentarse en una cafetería o un bar te ponen un vaso de agua fresquita. Gratis. De hecho si vas a cenar no tienes por qué pedir bebida. Y hablando de comida, si alguien viene a Atenas no debería irse sin probar un gyros y una empanadilla de queso. Feta evidentemente.

Esta vez pude disfrutar de una visita a la Acrópolis sin diluvios, lo que me permitió admirarla como es debido. También pude visitar el nuevo museo, que a pesar de no estar acabado, resulta bastante interesante. Y dar un paseo por la zona de Monasteriaki, al pie de la Acrópolis, dónde cualquier camarero habla español como si hubiese nacido en Toledo.

Aunque puestos a pasear a mí me gusta más el Parque Flisbos, el paraíso de los columpios si eres menor de ocho años, que se extiende junto al mar y es una de los cosas buenas que dejó los Juegos Olímpicos de 2004, junto al tranvía, que comunica el centro de la ciudad con El Pireo y con la zona de playas. Como nota curiosa, decir que mientras que los perros callejeros dominan la zona centro de la ciudad, incluida la Acrópolis, la costa es territorio gatuno, lo que hace que me recuerde a cierta ciudad chipriota.

Pero sospecho que, como siempre, lo que ha mejorado (un poco) mi opinión sobre la capital del Imperio Malaka es la compañía.

¿Próximo destino?

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