Otra vez a cara o cruz. A todo o nada. Otra vez
pendiente de esos malditos bastardos de celeste que me quitan el sueño. Como si
ya no tuviese yo preocupaciones de sobra.
Otra vez con el portátil a cuestas en busca de
cafetería con internet y enchufes porque un Valladolid – Celta con un equipo
que no se juega nada y otro que tiene pie y medio en segunda no le interesa a
ningún canal de televisión del mundo.
Pero la cafetería está abarrotada y la conexión a
internet va fatal. Malditos sean los griegos del Pireo que pese a la crisis se
toman cafés de cuatro euros y saturan la conexión con sus smartphones. Iros
para casa malakas. Imposible verlo. Pienso todo esto mientras conecto con
Jacobo Buceta para que me cuente con su toque personal lo que sucede en
Valladolid. Y de paso en otros cuatro campos más.
Y resulta que lo que pasa es que ni cara ni cruz. La
moneda da un triple tirabuzón y cae de canto. Cuando termina la jornada sólo el
Osasuna, mi candidato número uno al descenso, se ha salvado.
Vuelvo al barco haciendo las cuentas de la lechera.
No sólo puntos, victorias y derrotas. Posibilidades de que vengan los dueños a
bordo, de que naveguemos, de que pongan el partido en algún canal de los que
podemos ver a bordo…
Y llegó el sábado. Y, casualidades de la vida, por
primera vez este año ese día nos encontramos amarrados en Poros, dónde el año
pasado viví el ascenso. Y JSC Sports +1 decide que este partido sí que lo va a
televisar. Y quince minutos antes de que empiece me siento delante del
televisor vestido con mi camiseta de entrenamiento del Celta de cuando Rubén
Blanco aun se meaba en los pañales con una Mythos y un Sprite. Y todo es tan
jodidamente perfecto que me temo lo peor. Gallego que es uno. Y marino. Mientras
echo la bebida en el vaso me doy cuenta de que me tiembla la mano de puros
nervios y me obligo a pensar que en realidad yo no me juego nada. Como si fuera
tan fácil.
El partido es historia. Después de noventa interminables
siglos el árbitro pita final. Son minutos de alegría y liberación después de
toda una temporada de sufrimiento. Objetivamente habría que decir que no
compensa. Pero medir sentimientos de manera objetiva es ridículo.
El resultado podría haber sido distinto. De hecho lo
normal es que así hubiese sido. Y todo cambiaría. Y en realidad, nada
cambiaría. Porque aunque eso hubiera pasado sé que no sería la última vez que me
sentaría, nervioso, ansioso, expectante, en mi sitio de Balaídos, en el comedor
de tripulación de un barco o en una cafetería en el quinto pino, a ver jugar a
mi equipo.
Al menos el año que viene lo seguiré viendo en
Primera.
Coma sempre, o de sempre…
Halaaaaaaaaaaaaaaaaa Celtaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa¡¡¡
ResponderEliminardesde casi al ladito del Estadio te deseo una muy buena travesía y mejor viaje por esos mares del diossssssssssss¡¡¡¡