Ahora que llevo un par de semanas por aquí y conozco algo de Grecia me pasa un poco como con Egipto. ¿Este lugar fue faro de la cultura y ombligo del mundo? Machiño, quien te ha visto y quien te ve. Malakas, que sois todos unos malakas. Aun así, estando en Atenas no podía dejar pasar la oportunidad de ver la Acrópolis, y allí me dirigí ayer por la tarde.
Es muy fácil colarse en el transporte público de esta ciudad. Yo lo hice en el bus sin querer y no lo hice en el metro porque en el fondo soy buen chico. Tras media hora de viaje en bus en la que traté sin éxito explicarle a una octogenaria que no hablo ni una palabra de griego llegué a la Acrópolis.
La Acrópolis y sus alrededores se levantan como un grano de belleza en la cara de una Atenas que se parece a una Ibiza que hubiese crecido incontroladamente en todas direcciones. Atenas es enorme y fea, pero la Acrópolis está muy bien.
Empecé a subir hacia la parte de arriba esquivando los cientos de perros callejeros que campan a sus anchas por la zona y justo después de que pagase mi entrada empezó a llover. Al principio sólo fueron unas gotas lo que me permitió ver bien el Partenón y todos los gatos abandonados que viven por allí. Se ve que en Grecia no se lleva mucho lo de las perreras.
Pero la lluvia se transformó pronto en un diluvio de proporciones bíblicas. Así que me tuve que refugiar junto a un grupo de orientales de sonrisa permanente debajo del toldo de la tienda de suvenires. Menos mal que los pakistaníes vendeparaguas salen con la lluvia más rápido que las setas así que por lo menos pude hacer el camino de vuelta relativamente seco.
El diluvio me recordó mucho a la vez que estuve en Roma viendo al coliseo mojado como una sopa. Supongo que alguien de ahí arriba le fastidia que me acerque a maravillas arquitectónicas antiguas y esa es su manera de castigarme.
Visto el tiempo que hacía me acerqué hasta el museo, pero seguro que ya os imagináis que día de la semana está cerrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario