Nuestro jefe de cocina es un simpático escocés con muy mala leche cuando se enfada. Esto suele ocurrir, por ejemplo, cuando una cena para 35 invitados se convierte en el último momento en una para 20. Algo que en realidad alegra mucho al resto de la tripulación por el tema de la comida del día siguiente que os comenté el otro día.
Cuando no está blasfemando o cocinando, ambas cosas las hace muy bien, siempre está de broma. La verdad es que en esa cocina se escuchan siempre más risas que gritos, incluso en los días de más trabajo.
Y si hablamos de risas tengo que hablar de Renato, el tercero de cocina. Renato es un filipino regordete que apenas llega al metro sesenta y tiene una de esas risas que se contagia fácilmente. Es un auténtico fan de Manny Pacquiao y siempre que está de guardia nos pone algún combate mientras nos exagera todas sus cualidades.
Y para completar el tridente de los fogones está el segundo de cocina, Taras. Taras es ucraniano y habla inglés con acento de malo de película de James Bond. Y la verdad es que también él tiene planes maléficos, porque casi todos los días hace pasteles o postres no precisamente bajos en calorías para la merienda mientras él se coge su cuenta pasos y se va a correr entre 20 y 25 kilómetros. Me temo que cuando todos estemos bien orondos nos matará, nos convertirá en barritas energéticas y ya estará preparado para correr La Maratón. Al menos esa es mi teoría.
La verdad es que los tres hacen un grupo heterogéneo y un tanto peculiar, pero la comida que ponen en la mesa es excelente.
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