sábado, 4 de junio de 2011

Sobras de ricos


Ayer tuvimos a bordo una cena de dieciocho personas con su fiesta correspondiente. Eso implica muchísimo trabajo para todos. Además estábamos fondeados con lo que tuvimos que traer a los invitados según iban viniendo en lancha y, lo que es peor, llevarlos de vuelta a las tres y media de la mañana.

Lo bueno es que hoy de comida tuvimos una variedad increíble de platos sobrantes de la noche anterior. Siempre he comido bien en los barcos, pero está claro que la tripulación no come lo mismo que los dueños y sus invitados. Así que hoy pudimos apreciar las habilidades de nuestros cocineros, ups perdón chefs, cuando tienen que lucirse. Consejo: Nunca llaméis cocinero al chef de un yate. Son gente muy susceptible con eso, además suelen pasarse días enteros sin ver la luz del sol y siempre tienen cuchillos afilados a mano con lo que pueden resultar peligrosos.

Lo mismo que he visitado sitios que jamás hubiese conocido de no ser por este trabajo, he probado comidas y bebidas que nunca hubiese tenido la oportunidad de catar.

Como el Crystal, que como dice Tarantino en Four Rooms no tiene nada que ver con el champán, o el Kales Kaviar untado en knäckebröd que viene a ser huevas de bacalao ahumadas metidas en un tubo como de pasta de dientes untadas en una especie de pan élfico pero sin propiedades mágicas.

Pero de las cosas que recuerdo con más saliva en la boca es el mejor tiramisú casero de la historia que preparaba una italoargentina en Viareggio y un jamón Cinco Jotas que sabía como la pierna del propio Dios.

Estaba tan bueno que espero que aquel cerdo esté en el cielo con cincuenta puercas vírgenes.

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