Antiguamente no había gente más supersticiosa que la gente de mar. Supongo que el verse tan expuesto a los elementos como en medio de un temporal de los gordos, hace que creas hasta en el Ratoncito Pérez.
Hoy en día, en plena era de las comunicaciones, de la navegación por GPS y de los radares superprecisos algunas supersticiones se siguen conservando. Y el otro día tuvimos el ejemplo de que no conviene tomárselas a la ligera.
No se pueden llevar paraguas a bordo. Traen mala suerte y eso lo saben los marinos de todo el mundo. De hecho no conviene ni tocarlos cuando estás a punto de embarcar. He visto a un capitán decirle al jefe de máquinas cuando se disponía a embarcar que o tiraba el paraguas o se quedaba en tierra.
Pero en un yate que se supone de lujo, hay que llevar paraguas. La gente que gasta en una semana el sueldo de una vida de un trabajador normal no entiende de supersticiones. Ellos pueden comprar suerte.
El otro día estábamos teniendo una tarde de lo más tranquila hasta que tuvimos que tocar los paraguas porque los invitados querían ir a tierra y llovía. Todo empezó a torcerse. Primero tuvimos que volver a poner en el agua todas las motos de agua que los invitados habían dicho sólo cinco minutos antes que no iban a utilizar y de repente toda la tripulación de cubierta empezó a volverse medio gilipollas y a cometer errores estúpidos hasta casi causar un accidente.
Pasaron un par de horas y justo cuando empezamos a realizar una operación de dudosa legalidad, que no voy a mencionar aquí por miedo a que los efectos de la mala suerte aun duren, aparece la lancha de la Guarda de Finanza a darnos la bona sera.
Menos mal que con mi dominio del espaliano (¿o será itañol?) y con el regalo de un par de camisetas y gorras solucionamos el incidente. Son fáciles de contentar estos italianos.
Gracie, prego y hasta domani.
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