Ayer por la noche la gente de la marina de Génova nos invitó a una barbacoa en el pantalán. “Nos invitaron” quizá sea decir demasiado, ya que tuvimos que llevar nuestra comida y cocinarla, la bebida, platos, vasos, servilletas… Así también invito yo a la gente.
La fiesta-barbacoa tendría que haber empezado a las siete pero hasta las ocho y media no llegaron las primeras personas. La puntualidad italiana es de las cosas que me hace sentir como en casa.
A pesar del retraso la fiesta no estuvo mal. Nosotros llevamos carne que estaba buenísima y pudimos probar un salmón canadiense delicioso que trajeron los tripulantes de un barco estadounidense amarrado cerca de nosotros.
Hubo música (un CD de Manu Chao sonó unas cinco veces seguidas) y en un punto de la noche hasta tuvimos música en directo. Dos músicos callejeros con una guitarra y un saxo se acercaron a tocar para ver si conseguían alguna moneda. No sólo consiguieron eso, sino que hasta cenaron gratis.
En agradecimiento nos dejaron sus instrumentos un rato (supongo que es difícil tocar y comer al mismo tiempo) y descubrimos las aptitudes musicales de nuestro nuevo contramaestre Pavo. Sí, se llama Pavo. Y de hecho tocó mejor que el dueño del instrumento.
Una noche agradable que podría haber sido mejor si no tuviésemos que trabajar al día siguiente. El domingo comienza el nuevo chárter y hay cosas que hacer. Mañana salimos hacia Mónaco otra vez.
Va a ser interesante observar las diferencias entre los invitados de la última vez y estos que vienen ahora. De la tribu de los Brady cantando el Kumbayá a coro a la mafia rusa bebiendo Vodka a pelo. No puedo esperar a verlo.
Za zdaróvie.
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