En las
últimas semanas lo único que hemos hecho ha sido navegar. Casi dos semanas
cruzando el Atlántico y una más para cruzar todo el Mediterráneo. Entre medias,
una parada de unas cuantas horas en Gibraltar. Vida de mercante.
El tiempo no
nos acompañó. Bueno, me refiero al buen tiempo. El malo no nos lo sacamos de
encima en dieciocho días de veinte que duró toda la travesía. No lo pasamos
demasiado bien. Hubo tripulantes que estuvieron mareados todo ese tiempo. El
mareo en el mar tiene dos estados. El primero es cuando tienes miedo porque te
sientes tan mal que piensas que vas a morir. El segundo es cuando tienes miedo
porque te sientes tan mal que crees que no vas a morir y acabar con esa
tortura.
Pero todo
viaje tiene un principio y un final. Así que al final llegamos a Turquía.
Cansados, pero sanos y salvos.
Todos
teníamos ganas de llegar a puerto al fin, pero aún nos esperaba una pesadilla
burocrática que duró unas treinta horas. Asterix y las doce pruebas. Una pena
que en este país estas cosas funcionen igual de mal que en el Norte de África,
pero con la desventaja de que no se puedan acelerar los trámites con whisky y
Malboro.
Al final
todo se solucionó, pasamos otra pesadilla logística para organizar las idas y
venidas de los tripulantes que se tenían que ir o volver al barco y ahora
estamos en el astillero.
Volvemos a
tener internet a velocidad de este siglo y algún día libre. Ni tan mal.
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