martes, 20 de septiembre de 2011

Puerto Desolación


La barbacoa en casa del capitán se saldó con un esquince de tobillo fuerte que puede ser algo más, una brecha en la cabeza de unos tres centímetros y arañazos de perro de todo tipo. Lo peor es que casi todo esto lo sufrió la misma persona. Lo mejor es que no fui yo.

Sudáfrica jugaba contra Fiji a las ocho de la mañana y a las diez y media la gente que fue a ver el partido estaba completamente perdida. Soy el primero en apuntarme a cualquier tipo de fiesta, pero por mucho que nuestro capitán sea una persona de puta madre, sigue siendo nuestro capitán, nuestro jefe. Aun cuando no estamos trabajando. No todo el mundo parece comprender esto.

Por suerte y en vista de la situación realicé una retirada a tiempo. Además tenía que llevar uno de los coches. Conducir por la izquierda no es fácil y requiere de atención constante, pero es otra cosa a tachar de mi lista.

El domingo fue el día más largo de la historia. Con todo el mundo de resaca nuclear todo contacto humano quedaba descartado. A la conexión a internet y a la televisión se le ocurrió que era el mejor día para dejar de funcionar. Cuando digo que en el puerto donde estamos no hay nada, me refiero a absolutamente nada.

El viento levanta nubes de polvo y en vez de plantas rodadoras tenemos bolsas de plástico del Carrefour. Desolador. Cogí el coche de la tripulación para ir a ver el partido del Celta y me entretuve un par de horas, pero un pensamiento estremecedor me pasó por la cabeza. Si esto es aburrido ahora que estamos 17 personas a bordo, 14 si contamos las que se van a casa, ¿Qué pasará cuando sólo quedemos cinco?

Solamente el camino hasta la entrada del puerto son tres kilómetros y medio de pura tristeza. El paisaje podría haber sido sacado de “La carretera” o de la parte chunga de Mordor. Y sólo un coche para todos.

Presiento un Octubre de lo más amargo.

¿Noviembre dulce?

Guiño.

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