lunes, 27 de junio de 2011

Bella Italia

Adoro Italia. El día en que España se vaya definitivamente al carallo picaré billete y me instalaré aquí, en donde sea. Desde Palermo a Portofino me encanta este país.

Nada más pisar tierra uno ya percibe donde está al instante. Gente hablando con las manos, Vespas por doquier, allora, gracie, prego…

Llegamos a Nápoles al mediodía y tuvimos la tarde libre. Este era uno de los sitios de los que sólo había visto el puerto y el aeropuerto así que tenía ganas de ver los alrededores. Nápoles huele tan mal como Atenas o incluso peor ya que la compañía que recoge la basura, la mafia, lleva no se cuanto tiempo en huelga, así que hay literalmente montañas de mierda en cada esquina. Volví al barco algo desilusionado con la idea de que habíamos dejado una ciudad apestosa sólo para llegar a otra.

Pero por la noche todo cambió. Salimos unos cuantos a cenar a un típico restaurante en el que había más camareros que clientes, todos pulcramente vestidos y con pajarita y ¿sabéis a quien me encontré allí? ¡A Vincenzo!

A algunos ya os conté alguna vez que el día que sea asquerosamente rico, lo primero que haría sería contratar un cocinero italiano para que me alegrara la vida. Pues bien en ese restaurante estaba el prototipo de hombre que contrataría. Italiano de pura cepa, elegante, con bigote, alegre y vacilón. Amable con las mujeres hasta el extremo de parecer querer ligar con todas aunque les triplicase la edad. En realidad se llamaba Enrico y era camarero, pero son pequeños detalle sin importancia.

Fue una noche muy divertida. Después del chupito de limoncello nos recogimos pronto ya que al día siguiente queríamos visitar las ruinas de Pompeya, pero esa es una historia muy larga para contarla aquí.

Domani.


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