viernes, 26 de agosto de 2011

Mi casa de verano


Después de más de tres meses dando la lata con historietas, me doy cuenta de que apenas he hablado del barco en el que trabajo y vivo y como que ya van siendo horas.

Se trata de un yate de 62 metros, casco de acero, a motor, construido en 1981 en Viareggio, Italia. En su día estaba entre los 10 más grandes del mundo, pero ahora no debe estar ni entre los 100. 30 años es bastante tiempo para un barco, pero seguimos teniendo buena pinta. Se podría decir que es de estilo más bien clásico y tenemos una chimenea pintada de verde que hace que de costado seamos inconfundibles. Es un barco muy estable y no necesitamos estabilizadores, lo que es una suerte ya que llevan un año sin funcionar.

En cuanto a equipamiento estamos por encima de casi todos los yates de nuestro tamaño. Cuatro embarcaciones auxiliares (cinco si contamos la de rescate), cuatro motos de agua, banana, donuts, esquís, wakeboard… Nadie puede quejarse de que se aburra a bordo. Especialmente la tripulación de cubierta que se encarga de que todo esté a punto para su uso.

En cuanto al interior, es un barco muy espacioso, tanto para los invitados como para la tripulación. No nos podemos quejar. Lo que pasa es que la última reforma se hizo hace doce años y lo que en el exterior se podría considerar clásico, aquí se podría decir que está un poco pasado de moda o incluso que es un pelín hortera.

Hace no tanto, cuatro cinco años, estaba considerado uno de los mejores yates que un tío con pasta podía chartear en el Mediterráneo. Por aquí pasaron desde actores de Hollywood a tenores españoles: Renée Zellweger, Bon Jovi, Jim Carrey (al que le debemos el que tengamos televisión por satélite), el dueño de Lego, el de la leche Pascual, Josep Carreras… Y un montón de gente más, quizás no tan conocida pero que podía gastarse lo que gana un trabajador en media vida en una semana de vacaciones. Esos fueron los buenos tiempos.

Ahora tenemos que conformarnos con los roñosos Khrapunov, o crap-enough como empezamos a llamarles cariñosamente después de ver la propina que nos dejaron.

El barco tiene sus problemillas, como todos, pero uno le acaba cogiendo cariño. Al fin y al cabo, ahora mismo es mi casa.

Mas o menos.

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